sábado, 10 de julio de 2021

Returo



Retiro

Y bajó El Padre a la Tierra, visitó a sus hijos amados y quiso sentir en carne propia la divina humanidad que había creado.  Pernoctó un día en cada continente, dando de qué hablar a sus ángeles caídos, comiendo golosinas y comida chatarra.  No le gustó el doble tapabocas que debía usar para protegerse  pero, al encarnarse en un moreno entrado en sus setenta, tuvo que usarlo doquiera que se desplazaba, a pesar de que su guapo y -por demás- fornido cuerpo, su jovialidad y apariencia, no dejaban pensar o suponer un riesgo inminente, mucho menos imaginar la edad biológica de aquella encarnación celestial.

Lloró, como un niño, en la oscura soledad de la sexta noche.  La tristeza hizo presa de su anciano cuerpo mientras flotaba alrededor del mundo, haciendo uso del único poder que quiso conservar en su turística encarnación. Lamentó todo el desastre, se entristeció una vez más por las injusticias y -abrumado por un incipiente Alzheimer-  deambuló extraviado en las nebulosas hasta el amanecer, al no recordar su camino de regreso a casa. 

Zadquiel, Samael y Amenadiel lo encontraron con el primer rayo de sol del séptimo día de su estancia, cavando en la profundidad de una cueva por los lados del Tibet. Titubeó antes de reconocerlos, luego tomó sus poderes de una pequeña ánfora donde los había depositado y volvió a ser Él.  También reconoció a sus hijos.  Los abrazó largamente y les habló del temor humano que le invadió al saberse tan frágil y vulnerable. Describiendo su Infinita Impotencia por la destrucción de su hermosa maqueta y por el fracaso de su pequeño experimento, y con sus ojos irradiando lágrimas luminiscentes, anunció su retiro. 

Fue el día quinientos de la cuarentena, en medio del eclipse solar, cuando Dios se retiró y dejó el puesto vacante.  Se alejó para siempre y nos dejó, volando como un haz de luz rumbo al infinito.

Desde ese día sus hijos luchan para ocupar su puesto y nosotros, los mortales, seguimos implorando al vacío.

B. Osiris B

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