La Vaca Sagrada
Salió del establo, se cagó en el río y camino rumbo al tendedero. Se comió dos o tres prendas pequeñas, masticó unas más grandes, abandonándolas, maltrechas, a su paso. Nada le preocupaba, se sabía sagrada y, amparada en la tradición, iba de un lado a otro a su gusto y sin ambages. Al caer la tarde, en la majestuosidad de su sacrosantitud, se posó -como era su costumbre- en medio de un concurrido camino. Impertérrita ante los bocinazos y gritos de los conductores que se esforzaban por sacarla de la vía, cerró sus ojazos, tranquila y sin nervios. Así, tranquila, la sorprendió el mazazo en la frente que le propinaron los vecinos de la vaquera del camino. Allí mismo montaron el tarantín para la venta de las piezas, luego de un minucioso desposte. Su nuevo dueño se alegró de la venta, que le rindió beneficios más pronto de lo que esperaba y le libro de aquella problemática vaca -¡pobre majestuosa vaca hindú!- que nunca se enteró de su viaje nocturno de la India hacia el Perú.
B. Osiris B
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