sábado, 10 de julio de 2021

Caleidoscopio

 



Caleidoscopio

Cansada del encierro de tantos días, de la mordaza del tapabocas y de ver tantas muertes, Lorgia por fin salió a pasear el 31 de mayo.  Al salir de la guardia del hospital donde había trabajado los últimos quince años (y llorado en demasía para sus adentros el año que recién terminaba), se aseguró de no dejar nada pendiente en casa y emprendió el recorrido montaña arriba.  Escaló durante más de dos horas, primero por caminos comunes que solían usar los senderistas; luego por trochas trazadas por los más aventureros y luego se atrevió a abrir sus propias rutas entre arbustos y árboles.  
Se detuvo ante una bandada de loros que, al notar su presencia, salió volando bulliciosa hacia el poblado.  Siguió montaña arriba, hasta que oyó un manantial donde decidió despojarse de tapabocas, vestimenta y tabúes. Bailó a las orillas de aquella fuente natural. Respiró. Y, entre risas y baile, lloró a carcajadas. Cuando un rayo de sol iluminó el centro de su pecho, abrió sus brazos en cruz y se abrió a aquella energía revitalizante y, de un momento a otro comenzó a girar y a simular que planeaba por el pasto.  Acalorada, sació su sed y apagó su calor con un estruendoso chapuzón que se dio lanzándose desde una roca alta.  Sintió el agua dentro de sí, y el aire, ¡y el sol!
Del apartamento 405 los bomberos rescataron el cuerpo de una joven enfermera que reposaba en un trozo de grama artificial instalado en su balcón. Vestía toda de blanco, su cara esbozaba una sonrisa dulce, como el olor de los lirios y girasoles que la rodeaban,  floreciendo de la nada, como la melodía que, en un sutil murmullo, rondaba por todas las habitaciones. Fue un hecho enigmático, como la sorpresiva y caudalosa corriente de agua cristalina que manaba de su cuerpo, inundando el lugar.  Nadie salió a despedirla, excepto la nube de mariposas que, en colorido revuelo, inundó la avenida en pos de la furgoneta forense, perdiéndose luego en el horizonte.

B. Osiris B

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