martes, 6 de octubre de 2020

Hoy el sol brilla diferente

Hoy el sol brilla diferente


*9:10 p.m.* Ana cierra cuidadosamente la puerta tras de sí para no despertar a los niños, ni a su madre, quienes hace rato duermen en el cuartito de dos por tres del fondo, amoblado con dos literas, seis cajas que hacen de armario, un espejo desvencijado y una mesita de noche. Camina de puntillas, sujetando entre sus manos las zapatillas que se quitó antes de entrar a casa, el manojo de llaves y un atado de ropas que se apresura a lavar en la pequeña batea que hace de fregador, lavandero y rincón de lamentaciones, por ser el lugar más alejado del pequeño apartamento de tres ambientes.  Lava y llora. Y viceversa. Piensa en el día de mañana, en la excusa que dirá a su madre para no ir a cubrir la supuesta guardia para la que fue convocada al trabajo por Reyes, su supervisor. Y llora.  

*10:45 p.m.* Sus zapatillas, beige en la mañana, ahora -pese a la refriega con jabón y cepillo- lucen unos matices rosa que se resisten a desaparecer. Cansada, va al baño llevando consigo un cubo de agua, dejando una estela húmeda, mezcla del agua que rebosa el cubo y de las lágrimas silentes que bañan su rostro.  Se desviste lentamente, sus movimientos reflejan cansancio; el cansancio de haberse tenido que defender infructuosamente hace apenas una hora para preservar su integridad. De sus ropas cae un trozo de material que brilla ligeramente, reflejando la tenue luz que entra de la calle a través de la ventanilla que da al callejón.  Lo recoge rápidamente y mira hacia la puerta, temiendo que alguno de sus amados durmientes haya despertado y pueda verla. Lo aprieta con fuerza en sus manos. Aún llora, sin poder comprender la mezcla de miedo, ira residual y frustración que se unen al alivio y el dolor que, paradójicamente, la abruman y liberan.  

*10:55 p.m.* Se baña a conciencia con pequeñas porciones de agua, que se tiñe de rojo al principio. Refriega casi con saña su pecho, sus brazos aún tensos por el esfuerzo de rechazar la agresión y su adolorida entrepierna, que refleja el maltrato sufrido hace menos de dos horas.  Al terminar su ritual de purificación, restringido por las carencias sanitarias, se descubre sosteniendo aún en su mano el pequeño trozo de plástico, sin lograr explicarse cómo se las arregló para no soltarlo durante el baño. Mira alrededor como buscando algo; de pronto, su cara se ilumina, se acerca a una esquina y deja caer el pequeño objeto a través de una grieta que se abriera hace unos meses en la esquina del baño como consecuencia del temblor; deposita, en ese acto, la culpa incipiente que ya amenazaba con hacer aún más estragos en su  debilitada estabilidad.  

*11:30 p.m.* Sale del baño luego de dejar todo en orden. Ya no llora. Por aquella pequeña grieta parecen haberse ido también la tristeza y la frustración. Se siente victoriosa, liberada, a pesar del dolor que aún le carcome la cadera, el pecho, la espalda y la entrepierna. Se recuesta suavemente en la cama que comparte con sus niños.  Ana Luisa, la menor, la sentir el calor de su madre, instintivamente la abraza y le monta la pierna, lastimándola sin siquiera percatarse. Ana aguanta la respiración, mientras ahoga un gemido. Duerme.  No sabe si sueña o recuerda, aún así, las lágrimas escapan nuevamente y bañan su rostro semi dormido.

*7:30 a.m.* Suena el teléfono. Se oyen monosílabos. Todos aún duermen. La desorientación hace presa de la joven madre. Se siente autómata.  El tiempo es un espacio vacío.

*10:15 a.m.* Ana acude al llamado que le hicieran de la oficina a primera hora. Los dieciséis pisos de recorrido en el ascensor, que usualmente duran un suspiro, hoy se le hacen eternos. Hay mucho ajetreo y caras desconocidas. Alguien llora en uno de los cubículos del fondo. Alguien, una detective le hace preguntas sucesivas que apenas alcanza a responder, mientras que, carnet laboral en mano, coteja el nombre de Ana en la larga lista de mujeres convocadas para presentarse a trabajar durante la cuarentena; a su lado, la Oficial Jefa de Seguridad interna parece haberse apoderado de su identidad y es quien prácticamente hace frente al interrogatorio.  Ana recuerda bien el rostro de la Jefa, estuvo de reposo hace apenas quince días y mucha gente se hizo eco de su deterioro físico después de esas fechas.  Muchas preguntas, pocas respuestas de Ana, casi todas de la Jefa. Asegura que Ana no ha ido a trabajar durante la cuarentena, pueden mirar el registro. También afirma que poco podría responder la chica acerca de la actividad del día anterior del Subgerente Reyes -a quien encontraron desnudo y desangrado bajo la ducha del baño privado de su oficina durante la ronda de vigilancia matutina-, pues no estaba incluida en los grupos de guardia. 

*11:23 a.m.*  Entrevista terminada. Ana puede retirarse. Nada tiene que ver con el suceso. La Jefa la escolta hacia los elevadores, allí le toma ambas manos y la mira largamente a los ojos, mientras las aprieta, en lo que Ana confunde con gesto de aliento.  Los ojos de la Jefa, enrojecidos, asoman unas lágrimas que no alcanzan a salir.  El elevador abre sus puertas, Ana se libera del extraño contacto y entra en la cabina. No hay palabras de despedida, solo una media sonrisa se asoma en sus caras, que ambas infieren debajo de las mascarillas.  Marca el botón de bajada. Se cierran las puertas y, de repente, como si de una revelación se tratase, todo cobra sentido en su mente: las mujeres de reposo, los silencios en la oficina, la incapacidad prolongada de la Oficial. Ana contiene la respiración para controlar tantas impresiones.  El viaje de bajada en el ascensor vuelve a ser un suspiro. En la puerta de la salida principal del edificio la luz del sol luce un brillo diferente.  En recepción la detienen para entregarle una correspondencia.  Sorprendida, Ana recibe un sobre con fecha del último lunes antes de la cuarentena, con las disculpas por la entrega tardía. Camina lentamente, la emoción y el tapabocas poco le ayudan para desplazar su adolorido cuerpo a través de la solitaria avenida.

*11:30 a.m.*  Sentada en un banco de la Plaza Central, Ana toma un respiro mientras abre el sobre.  Dentro halla un disco compacto al que le falta un trozo, acompañado de una nota que reza: "Fuimos muchas, solo tú te atreviste. Gracias por cortar la cadena".  Mira al cielo entre las ramas de los árboles que la brisa mece suavemente.  ¡Sí, hoy el sol brilla diferente!

B. Osiris Bocaney

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