domingo, 13 de mayo de 2018

Ese 4 de septiembre

Ese 4 de septiembre

Lo recuerdo como si hubiera sido hoy.  Me desperté como siempre; el reloj sonó, abrí mis ojos, mire al frente, un poco asustada (no he podido acostumbrarme a despertar abruptamente), sentí el cuerpo cálido a mi lado y percibí que lo cotidiano ahí estaba.  Me sentí entre tranquila y un poco amargada.  En serio necesitaba ponerle más de sal a mi vida.  Quería sentirme viva de nuevo, quería que el día fuera realmente diferente.  Pero no.  Era el mismo de siempre.  El que se repetía una y otra vez.  Hice las oraciones, si es que a eso que yo hacía se le podía llamar de esa forma.  Es decir, hablé con Dios y le expresé mis deseos terrenales; mundanos.  Pensé en todas las cosas que tenía pendientes por hacer y las fui ordenando cronológicamente.  Como no solo pienso en quehaceres de la casa, pienso también en alguna historia para escribir.  Recuerdo la cita en la peluquería.  Me gustan mucho esos momentos.  Son como caricias para el alma que te dan extraños, ya que en la casa escasean.  Planeo también actividades para realizar en la reunión familiar próxima, pienso en la cena.  No las disfruto en realidad.  Para ser sincera debo admitir que amo la soledad, que a veces la gente me estresa debido a esa necesidad de opinar de todo.  De considerar que sólo lo que ellos hacen o piensan es lo correcto.  Pero…  Recuerdo que debo comprar abono para mis plantas, que deseo adquirir una orquídea para iniciar como tantas otras veces inicié; una colección.  Mi mente divaga, es lo normal en mí.  Vuela, va y viene y no se detiene.  De pronto me doy cuenta de mi cuerpo estático.  Ya no respiro.  Ya no hay afanes.  Mi vida terminó.

Patricia Lara P.

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