Cómo al descuido
Nunca lo había visto. Pero su mirada persistente de alguna manera llamó su atención.
Cuando
notó que por fin ella se había fijado en él, se paró de la silla en la
que estaba; se acercó a ella y se presentó, ofreciéndole su mano fría,
pero reconfortante de alguna extraña manera.
La vió a los ojos y le pidió unos minutos para hablarle a solas.
Las
amigas con las que estaba, con la mirada le preguntaron si se iban.
Ella aprobó como solo sabemos hacerlo las mujeres. Así que se
despidieron y se fueron.
Él se sentó a su lado y
empezó a contarle cuánto tiempo hacia que la venía observando. Las
veces que había querido hablarle. Lo hermosa que le parecía y lo mucho
que deseaba conocerla.
Ella se sintió de alguna forma extraña, feliz.
Le dijo que sí. Que podían ser amigos.
Resultó
ser un hombre muy caballeroso y dulce. Uno de esos hombres que ella
sólo conocía en las novelas de amor que leía y releía. El que le abría
la puerta, el que le endulzaba el café y se lo llevaba a la mesa. El
que la tomaba de la mano para ayudarla incluso a subir un andén, el que
le acercaba una silla.
Hablaron un par de meses pero sus vidas no estaban destinadas a juntarse. Fue un tiempo lindo para ambos.
Un día como al descuido se dijeron adiós sin dolor y sin pena.
El telegrama que ella recibió al día siguiente decía: "Creo que llegué a quererte. Punto. Sigo pensándote".
Patricia Lara P
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