miércoles, 25 de enero de 2012

Francisco… El buen buey

Francisco era un hermoso buey de una yunta panelera. Tenía la mirada larga del que ya sabe todo... del que ya conoce todo. La vida se le iba en girar hora a hora, día a día. Se le iba además en recibir latigazo tras latigazo, golpe tras golpe y a ratos también un bocado de comida. Suficiente para permitirle girar más no para dejarlo pensar o desear otra vida, otra cosa. Él masticaba pacientemente pues no tenía prisa alguna en tragar y digerir lo poco que le daban para su sustento.
Francisco ni siquiera hablaba con nadie, ninguno de sus congéneres atado con él a la yunta sentía necesidad de expresarse pues la vida era eso. Comer un poco -casi nada- y girar y girar mientras otros los golpeaban e incluso se reían de sus penas. Claro que para ser sincero, él, Francisco no se imaginaba que sufría o que fuera maltratado constantemente pues había nacido ahí y había girado al lado de su madre primero y al ella agotarse y morir él había tomado su lugar.
Francisco nunca vio nada hermoso, nada impresionante, nada que le llamara la atención hasta el extremo de hacerlo detener un momento o de ponerlo a pensar un instante en su vida.
Francisco un día y exhausto él de girar y girar se detuvo por fin, se arrodillo en la tierra y miró al cielo y luego al frente y vio por primera vez que la tierra era ancha y que se extendía ante él en su magnificencia. Pero era tarde… cayó al piso, exhaló un último suspiro y cerró sus grandes y magníficos ojos de animal servil.
Francisco abandonó por fin la yunta y la tierra y llegó al paraíso de los bueyes; de todos los bueyes pues no hay un buey malo. Y ahí encontró a su madre, y pasto fresco y verde y jugoso y flores y mucho camino por recorrer ya sin atadura alguna.
Francisco pensó que todo lo que había vivido había sido un mal sueño y fue feliz por fin.
¿Será cierto Dios mío que todos los bueyes van al cielo?

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