El día esta frío, gris. Los árboles dejan caer desde sus hojas bellas gotas de lluvia. No llueve pero hay rezagos de humedad en el ambiente; el pasto verde e inclinado aún por la presión que ejerció el agua al caer tiembla un poco. Tengo frío y me dan ganas de un café caliente, negro. Inmediatamente llega a mi memoria el olor del café recién colado en casa de la abuela María la O. ¡Tan bella!
Los olores nos llevan a otros sitios, nos desplazan casi siempre a lugares donde los recuerdos son cálidos y nos sentimos arrullados, amados… tan queridos…
Escucho a los polluelos en sus nidos exigirles alimento a sus padres y veo a mi abuela -dulce abuela- llegar con un canasto lleno de mangos jugosos, amarillos y tan dulces como ella. Escucho entonces el sonido del río Cauca tan apacible a veces, pero tan peligroso hoy que baja cargado de agua sucia inundándolo todo.
Preparo mi café. No sabe para nada al café del recuerdo pero si trajo a mi memoria a mí dulce y tierna abuela María La O.
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