lunes, 11 de abril de 2011

Castigo eterno

(Ilustración de doña Yolanda de la Colina Flores)

Me criaron pensando en el cielo y en el infierno, siendo una criatura deseaba el cielo por obvias razones; por estar recostada en una nube al lado de Dios padre, por gozar de su presencia magnífica, por estar al lado de los otros ángeles y de los santos; adoraba a María santísima madre de Dios y pensaba en habitar también a su lado tejiendo alas y aureolas y cuidando querubines chiquiticos y juguetones.

De más está decir que le tenía temor al infierno y a los cachos y tridentes y a esas colas como látigos que golpeaban y rompían la piel causando heridas que luego no sanaban dejándolo a uno maloliente y doliente. Temía a la sartén llena de aceite hirviente y a algunas cositas más en las que prefería no pensar.

Con el correr del tiempo y a madurar un poco, el cielo fue perdiendo su encanto. No me imaginaba sentada todo el día nada más que adorando a Dios y peor aún a esa altitud... me da miedo la altura pues sufro vértigo, y al lado de viejitos y viejitas rece que rece y teja que teja. ¡No por Dios! Qué pereza tan horrible sentía al pensarlo y más al imaginar que seres más alegrones estaban en el infierno.

Y claro; mientras el cielo cambiaba de estatus- empeorando- ante mis ojos el infierno mejoraba considerablemente. Imaginaba hombres letrados en charlas filosóficas, pensaba en las fiestas divertidas que se darían en él y en los hombres sexis que habría por doquier. Imaginaba manjares delicados y licores suaves y perfumados.

Comparar el cielo con el infierno y decidir a donde iba me hacía pensar bastante. Ya sumados y restados atributos de ambos sitios; pensando en Dios y en el diablo, en ángeles y demonios pues me decidí.

Para mí el infierno era más divertido. Buen clima -detesto el frío y prefiero el calor. En lugar de nubes mullidas unos ricos cojines rojos de seda. Hombres guapos e inteligentes -nada de curas que habían hecho votos de pobreza, humildad y castidad-. Ricas comidas y muy variadas -Hostias fuera-.

Así fue que me di a la tarea de hacer maldades. Ser mala y reír de mi maldad. Golpear perros -amo los gatos de todas formas- pellizcar niños, maltratar a quien fuera, robar, hablar mal de todo el mundo, comer de gula, no ir a misa, desacreditar a empresas, engañar amigos, etc, etc, etc.

La perfección era mi lema, yo quería a toda costa ir al infierno y divertirme por los siglos de los siglos.

Un día cualquiera zas que me muero. No hubo que pensarlo mucho, derechita al infierno fui a parar de patas y manos y casi que en cuerpo y alma. ¡Estaba feliz!, el viejo Sata llegó sonriente por su nueva adquisición, oloroso a azufre y aceite quemado. No le había costado mucho conseguirme y me veía como un trofeo obtenido sin mayor esfuerzo.

Dio un par de órdenes y de pronto me encuentro en una cornisa alta, casi a punto de caer -¡Con el miedo que le tengo a las alturas!-, a mi lado se encuentra un cura que no hace más que intentar tocarme, mientras susurra oraciones y letanías esperando ser perdonado. Al otro lado una monja loca a veces me golpea con una regla y me cantaletea exigiendo que ore por las dos. ¡Dios!

Y yo que me imaginaba el infierno como algo magnífico… La comida es terrible; caldo de pescado un tanto descompuesto –y pensar que ni compuesto lo comía en vida-, lo que más hay allí son curas y monjas, las alturas son terribles pues cuando no estoy en la cornisa estoy sobre un pico de una montaña con un calor quemante sobre cabeza y un viento helado que me congela, odio las alturas, no me gustan los curas, detesto el frío-

He pedido un libro para leer y entretenerme un poco y olvidar las penas pero no hay ni uno en el infierno. Pedí agujas e hilo y logré que me pinchen con ellas. Al parecer ya tejí bastante.

Los hombres sabios y entretenidos quién sabe dónde estarán, las mujeres alegres y divertidas brillan por su ausencia.

Solo caras lánguidas y tristes se ven por doquier. Quejas y llantos se escuchan a granel. Y pensar que el infierno es el castigo eterno que yo misma elegí. Me pregunto ahora… ¿Cómo será el cielo?

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