Es noche cerrada adentro. Oscuridad, y silencio total afuera; solo se escucha el viento que gime al colarse entre las hojas de zinc del techo y mueve las hojas de los árboles que rozan con suavidad las paredes y golpean incansablemente las ventanas cerradas.
La casa parece que respira, que espera que algo suceda y abre sus ojos y su vientre aguardando. ¿Qué? Aún no lo sabe a ciencia cierta, pero sabe, sospecha que algo sucederá.
Ella mira por la ventana. No ve nada, no escucha nada. Ella otea el horizonte y sigue esperando, observando. Todo es oscuridad y silencio... de pronto a lo lejos una luz se enciende y se apaga, parece un cocuyo en celo llamando a su hembra.
Toma la llave de la puerta y un palo grande, un garrote, que siempre tiene cerca. Uno nunca sabe cuando pueda necesitarlo. Ella casi siempre está sola en la casa, una casa en el campo y alejada de todo; casi hasta de Dios.
Sin pensarlo mucho, sale a la noche oscura, camina apresurada hacía donde vio que se encendía la luz fugazmente, se ahoga de la prisa que lleva pero no aminora el paso. Va a oscuras, la noche es boca de lobo pero ella no necesita luz, sabe exactamente hacia dónde va y no duda. No pone el pie en el lugar equivocado. Toma aire por la nariz y lo expulsa por la boca, respira, se ahoga y respira de nuevo, siente la saliva espesa en la boca ahogándola. No desea detenerse, no quiere parar, debe llegar al sitio en el que vio la luz, es urgente.
Al llegar al lugar exacto dobla hacia la derecha, está muy segura del camino a seguir y lo sigue. Ve en la oscuridad una sombra que crece, se yergue y teme un poco pero no está dispuesta a ceder; a regresar. Sigue respirando con dificultad, no solo por el agotamiento de la caminada a campo traviesa, también el temor de lo que la espera al final del camino.
La sombra se hace más grande al acercarse a ella, es una casa pequeña, semioculta entre los árboles, está a oscuras pero oye susurros, risas y algo de música también.
Llega a la puerta, respira profundo, se va tranquilizando lentamente, sus ojos brillan en la oscuridad mientras escucha. Cuando su corazón ha tomado el ritmo adecuado abre la puerta y entra. Allí, en los brazos de otra está su esposo, el hombre que le juro fidelidad y amor eterno, el padre de sus hijas, el hombre por el que dejó todo y con el que desea vivir hasta la muerte.
Los mira fijamente, se aproxima a ellos y sin mediar palabra descarga el primero de los muchos garrotazos que dará esa noche.
No dice nada, no modula palabra. El marido asustado la mira y corre... ella va detrás, el cuerpo y las piernas le dan para alcanzarlo y seguirlo golpeando.
Ninguno dice nada, ella corre tras él y lo golpea, el intenta evadirlos pero siempre alguno que otro lo alcanza en la espalda, en las piernas, en la cabeza.
Llegan corriendo hasta la casa oscura, aquella que esperaba que algo sucediera... Ella suspira, se encoje y los recibe.
Antes de entrar el alcanza a recibir un golpe más. Nada, nadie modula ni un gemido siquiera. Entran, las niñas duermen en sus camas apaciblemente, él corre al baño y se ducha, se tarda allí esperando. Ella bebe un vaso de agua y dejando el garrote tras la puerta se acuesta en su cama en silencio.
Nadie podría decir que aquí había pasado nada.