miércoles, 11 de enero de 2023

Una candelita

 Una Candelita


El 8 de diciembre, desde el amanecer, Jade dispuso todo para la festividad: el flan, las masitas secas, el _"calentaíto"_ que espantaba el frío y cada año sumaba fama en la cuadra por su particular sabor cítrico y hasta unas tarjetitas personalizadas con mensajes alusivos a la festividad, al Adviento y a la Navidad, elaboradas todas con el papel artesanal de colores pasteles, que tan afanosamente producía en su taller con lindos detalles de hojas, pétalos, insectos y semillas.

A mediodía ya la sala y el zaguán eran un primor y, al caer la tarde, tal como era su costumbre cada Día de la Inmaculada Concepción, Jade se sentó en el quicio de la puerta y cantó dulces melodías a la Virgen, agradando a los vecinos y viandantes que se fueron sumando a la velada.  A las ocho, luego de la celebración de la Palabra, rezaron una novena, entonaron cánticos religiosos y compartieron sus dulces y viandas y el consabido _calentaíto_, porque el clima, así como la fama de su sabor y aroma demandaban su obligada degustación.

A las diez y media, ya los efluvios de la bebida espirituosa hacían su efecto. Las risas se oían a lo largo de la calle en cuyos brocales ya se habían apagado muchas velitas, colocadas con fervor para la ocasión, y se encendía el ánimo de quienes aún se congregaban en torno a la puerta y el jardín de Jade.  Ella, sonriente, servía entremeses que parecían no acabarse nunca y nadie notaba en qué momento soltaba la guitarra para ir zaguán adentro, regresar aprovisionada de una nueva bandeja de delicatesses locales y retomar la música y el canto, que ya hacía evocar a una noche de boleros en íntimo, con complacencias, cuentos de historias compartidas y más risas que fueron siendo menores alrededor de las 12.

Con la misma agilidad y sutileza, cuando todos se hubieron marchado a sus casas, Jade tuvo todo limpio y en orden.  Sonriendo nostálgicamente, se sirvió una copa del vino tinto que guardaba para ocasiones especiales.  Escanció uno, dos , tres tragos y allí, sentada en la sala de su casa, prendió una última velita y conversó con su suegra, entrañable amiga de tantos años y compañera consuetudinaria de los meses recientes, desde el inicio de la pandemia.  Bromearon -como era su costumbre- sobre la vida, la muerte y los avatares de la existencia en los tiempos modernos.  Volvieron a reír.  Las mejillas de Jade estaban coloradas y la habitación se sentía extrañamente cálida cuando Doña Encarnación se despidió de Jade que, en el sopor del momento internalizó que aquella escena que le era tan grata tenía algo particularmente sobrenatural.  Doña Encarnación dio un abrazo a Jade, quien volvió a bromear con el halo de frío que rodeaba a la anciana, a pesar del calor reinante en la salita y por un instante pensó en la diafanidad de esta vieja amiga que ya venía casi a diario a acompañar sus veladas, preguntándose en silencio cómo se sentiría eso de estar muerta. La suegra, sonriendo socarrona y tiernamente, le dijo: "¡Pronto lo sabrás!, y despareció por el zaguán, rumbo a la puerta de la casa. Jade sonrió, suspiró y vació el oscuro liquido que aún quedaba en la copa.

Aunque en la habitación el calor era intenso,  Jade sentía las manos heladas. A pesar de ello, sus ojos centelleaban y no alcanzaba a ver más allá de uno o dos metros, porque el resplandor la enceguecía.  El frío era como un fluido metálico que la atravesaba en todas las direcciones. Sopló sus manos para darse calor y en un momento se vio volar en millones dé partículas, calle abajo, dispersa, como el resto de las cenizas de la que hasta ayer fuera su última morada.

B. Osiris Bocaney 

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