Empecé a sentir su hedor. Era insoportable. Le brotaba de los poros. Abría la boca y era peor que el olor de un pozo séptico, de un cadáver en descomposición.
La gente al parecer no lo notaba. Caminaba entre ellos y yo no percibía el disgusto que a mí me embargaba al tenerlo a mi lado.
Cómo era posible que nadie más enloqueciera en su presencia.
Tuve entonces qué hacerlo. Matarlo y que finalmente se convirtiera en la piltrafa que yo percibía.
Matarlo y que de esa manera todos pudieran sentir por el lo que yo sentía.
Matarlo era mi única salida.
Patricia Lara P
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