No soy muy dada a guardar
cartas. Claro que tampoco es que me escribieran muchas. Una por
ejemplo me la envió un amigo en un momento en que fue de viaje, fue una cartica que encomendó a su hermana y ella me hizo ir a su casa para
recibirla. La intención era que la madre me conociera. Cuando fui
por ella la señora me dijo... "Ah, así que usted es la tal Patricia
Lara", a lo que respondí que si mordiéndome los labios de ira. No porque me lo preguntara, sino por el tono.
La señora me dijo... "Pero míreme" Hasta ahí me gustó aquel
hombre (jajajaja) un poco de tiempo después me escribió cinco cuartillas.
Las leí y las guarde un tiempo. Luego él reapareció y me dijo que si aun la tenía y que si se la podía
devolver. No sé si él la conserve.
Otra que no fue carta sino telegrama
de aquellos que ya ni se conocen fue de un chico que conocí en la universidad.
El escribió en el telegrama el día que decidimos dejar de vernos... "Creo
que llegue a quererte. Punto. Sigo pensándote" y ni
siquiera firmo. Claro que yo si sabía a ciencia cierta que era suyo.
Ese telegrama me lo rompió el consorte un día que lo encontró entre un álbum de
fotos.
En realidad creo que no tuve más
carticas en papel. A lo mejor una o dos noticas que me dejaba el consorte
entre los libros y que no sé a dónde fueron a parar.
Lo
curioso del caso es que uno en la memoria guarda atadas con cintas de colores
todas las palabras que nos fueron dichas y que nosotros también un día
dijimos. Ahhhhhhh.
Patricia
Lara P.
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