domingo, 26 de enero de 2014

Furtivo y eterno





Bastó un instante para un encuentro, un beso. Un sol de atardecer, ¡un ocaso maravilloso!, y dos elefantes y un perro callejero, fueron testigos de aquel extraño y súbito amor. Sus cuerpos no se rozaron ni por un momento, sus miradas no se encontraron jamás. Un metro, o un poco menos de distancia, fue suficiente para sellar sus vidas alternas, ¡sus sombras! Se fundieron en un beso que duró un segundo en nuestro tiempo, una infinitud en el mundo de las luces y las sombras. Y fueron felices en la eternidad de un beso clandestino. Calle abajo, avanza él; calle arriba, ella se escapa, ambos ignorantes de una historia de amor furtiva y fugaz. Sus cuerpos no lo saben, pero sus almas sellaron un pacto de amor eterno que durará por siempre jamás.

Cinco pasos más adelante, él sintió una extraña desazón en el pecho, como si hubiese perdido algo, como si el aire le faltara. A ella la invadió el desasosiego y unas ganas de llorar, de escapar, le recorrieron el cuerpo. Giraron al unísono, en total sincronía, aún sin consciencia plena de la existencia del otro. Volvieron sobre sus pasos, como buscando un valioso tesoro o quizás sus propias almas, que aún permanecían atadas frente a los dos elefantes y al perro que, atónito, todavía les miraba. Se toparon de sopetón, sus miradas se encontraron y, entre suspiros y sonrisas, se tomaron de la mano y caminaron calle abajo. Besos, risas y las miradas extrañadas de los paseantes los acompañaron mientras sus sombras, felices, les seguían enlazadas en abrazo pletórico de felicidad.

B. Osiris B.

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