miércoles, 22 de enero de 2014

La plancha



Íbamos en el bus, mamá me cargaba y mis hermanos ocupaban el asiento de al lado.  De pronto como en sueños pero eso sí; siempre.  Mamá decía;  "creo que dejé la plancha conectada".  En mi mente infantil veía el fuego acabar con las pocas cosas que teníamos y por supuesto con la casa y no solo la nuestra, la de las familias vecinas.  Yo veía el humo subir como alabando a Dios mientras quedábamos en la calle de nuevo.
Crecí con esa malvada plancha arruinando todos los paseos.  Cada seis meses íbamos a casa de la abuela y esa plancha era tan terrible que a veces me olvidaba de marearme y vomitar por estar pensando en ella y en la destrucción que ella acarreaba.
¡Dios mío!  No hubo un solo día en el cual saliéramos así fuera al centro de la ciudad, o a una visita en alguna casa vecina, en la cual esa bendita plancha no se quedara conectada.  Y claro, si no era la plancha entonces era el fogón que no se había apagado, o la puerta había quedado abierta. 
Ahora que lo pienso creo que fue siempre el temor de perderlo todo de nuevo en un instante, en un pestañeo.  Ahora tienes algo y al siguiente te encuentras incluso desnudo.  Sin nada... nada.
Patricia Lara P.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Veo

  Veo esas paredes de bahareque, blancas. Puerta roja a juego con la única ventana. Veo a María la O con sus ojos brillantes, su sonrisa y s...