sábado, 2 de octubre de 2010

Martina y Damián

En aquel hogar deseaban mucho un hijo. Lo pidieron a Dios todos los días durante muchos años. La vida se iba acabando y ellos seguían soñando con un hijo. Se fueron una noche en que habría una lluvia de estrellas a mirarlas pasar veloces por el firmamento y a pedirle a cada una de ellas el hijo que deseaban, pero el tiempo continuó pasando sin noticias de un heredero. Fueron a pedírselo entonces a las hadas, a los espíritus de las aguas y del fuego y sus peticiones tampoco fueron escuchadas.

Una noche ya desesperados acudieron al diablo. Nada les importaba más en la vida que tener un hijo aún cuando para eso tuvieran que entregar sus almas.

El diablo los escuchó y se moría de la risa. ¿Para qué necesitaba él las almas de un par de ancianos sin deseos ni intereses y que muy seguramente no vivirán mucho tampoco?

Pero al verlos tan piadosos, orándole a él como normalmente los mortales le oran a Dios se conmovió. De todas formas el diablo también tiene su corazoncito -en alguna oportunidad muy lejana y casi olvidada por todos e incluso por él mismo había sido un ángel- Se había sentado a la diestra de Dios padre y había compartido con él los cantos de los querubines y las buenas acciones de los seres humanos.

Así que él, el diablo les hizo el "milagrito" y por nada. No les pidió que le entregaran sus almas mortales y para darles más y mejor les concedió además un tiempo extra en la tierra para que pudieran ver crecer a su hijo.

Dios enterado de lo que sucedía y del "ablandamiento" del demonio mayor pensó que debía intervenir y no pudiendo cambiar todo el plan hizo que en lugar de hijo fuera una niña la que les naciera. Pensó que debía sembrar en ella la semilla de bondad que muy seguramente Satanás habría "olvidado" depositar en el corazón de la niña.

Los viejitos parecían abuelos criando aquella pequeña mujercita; blanca ella con los ojos más grandes y brillantes que alguien pudiera haber visto en la vida y que parecían carbones encendidos, cabello ensortijado que se deslizaba en amplia cascada por su espalda y para completar el cuadro, un corazón amoroso y puro. Ella fue creciendo llena de dones y dotes, de inteligencia y hermosura. Sus padres se estancaron en la época memorable de su concepción y no envejecían, de tal forma que felices disfrutaban ver crecer a la niña.

Ella, Martina cumpliría 21 años y tenía adoradores a granel, muchos hombres deseaban sus afectos pero eran ignorados y despedidos a la primera señal de deseo. Luzbel conocedor de la belleza de la chica decidió un día llegar hasta su casa y conocerla personalmente. Al enterarse Dios de la noticia, temió que el alma tan pura de la chica se perdiera para siempre en el infierno.

El demonio mayor quedó prendado de amor por Martina y decidió que era el momento de reclamar su propiedad, pero la amaba tanto que lo que menos deseaba era que ella sufriera los tormentos del terrible infierno, así que un día pidió cita en el cielo y habló directamente con su padre -Dios- él cual lo recibió con premura. Y le dijo: “Enterado estoy de tu -milagro-" se por él, que tienes un corazón en el cual a pesar de que los siglos han transcurrido aún hay amor por y para el prójimo y deseo con toda mi alma y mi bondad colaborarte.

Te ayudaré convirtiéndote en un hombre bueno y desde ese momento tu alma será mía de nuevo, así podrás amar a tu Martina y al cabo de una vida prolífica y llena de paz y amor y por supuesto repartiendo bondad en todas partes regresarás a mí en compañía de tu amada y así podrán ambos disfrutar del cielo por siempre y para siempre.

Desde entonces Martina y Damián han vivido juntos amándose, respetándose y dándole cada día gracias a Dios por su bondad.

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