viernes, 25 de noviembre de 2022

Oráculo

 Oráculo


La hechicera, con aire meditabundo, entrecierra los ojos y, pretendiendo estar concentrada, o tal vez haciendo conexión con sus ancestros (o sus espíritus), me mira la cara como escudriñando, como buscando entre mis facciones algún indicio que le permita de respuesta a mi pregunta existencial: "-¿Qué me depara el futuro?"

En la pequeña habitación al fondo de la cabaña en la que nos encontramos, el humo de la altamisa de su largo tabaco se confunde con los vapores de estiércol de vaca que quema para estimular su nigromancia, formando una densa niebla que hace lagrimear los ojos y difusa la percepción de cualquier realidad.  El ambiente es pesado, a uno y otro lado de la mesa yacen, esparcidos, cuencos y frascos de diferentes tamaños con yerbas, potingues y animales muertos, que flotan en líquidos verdosos, amarillentos o grisáceos.  Sobre la pequeña mesa redonda que nos separa, libros viejos que parecen piezas de colección, con hojas ajadas, raídas y casi a punto de despedazarse y se posan parcialmente sobre una Ouija, chorreada en la esquina superior derecha por la cera de un cabo de vela que parece ser el único punto de sujeción del conjunto de la ruma adivinatoria cuyo equilibrio reta toda ley física, complementan a sendas bolas de cristal -una chica y otra de mayor tamaño- que conforman el conjunto, dando una mayor intensidad al abigarramiento que se percibe en el recinto.  En la penumbra, la hechicera da otra calada a su tabaco;  su rostro se desdibuja por momentos y lo único que ven mis ojos, entre el aturdimiento y la asfixia que, literalmente, amenaza con desmayarme, es ese par de ojos alagartados que ahora me hacen sentir una mezcla de pánico y euforia agresiva.  

Sin dejar de mirarme, acerca su rostro a través de la mesa, escupe sobre mi rostro una fétida bocanada de humo, que me sugiere el olor de una cloaca chamuscada y susurra: "-¡Muerte!"... "-Eso es lo que veo en tu futuro"... Súbitamente, en un acceso de tos, la mujer -que aún no aparta su rostro del mío-, se ahoga; tose con tal profusión que una sustancia viscosa y nauseabunda sale despedida de su boca para esparcirse en todo mi rostro.  Ante mi expresión de asombro y asco, la hechicera ríe; ríe con una intensidad y desparpajo pasmosos. Crecen en mí la confusión y la euforia agresiva.  El asco y el pánico,  hacen presa de mí, junto a una especie de paroxismo agresivo que no sé cómo contener; me mareo cada vez más y siento que estoy a punto de perder los sentidos. Ella ríe y vuelve a exhalar aquella fétida humareda en mi rostro. Me tambaleo. Mis rodillas flaquean y trato de sujetarme al mantel de la mesilla redonda. En efecto, me sujeto, infructuosamente a la gran bola de cristal que cae conmigo y se fractura haciendo un curioso ruido (o, al menos, eso creo), ¡no puedo respirar!... ¡Su rostro se ilumina mientras vuelve a soltar una sonora carcajada y siento que sus secreciones viscosas vuelven a caer sobre mi rostro... Me ahogan! Todo se desvanece.

Camino despacio, sintiendo que una extraña ebriedad gobierna mi cuerpo, haciéndome trastabillar y tropezar con la gente del poblado, que avanza en sentido contrario para ayudar a apagar el incendio que hace arder la pequeña cabaña en el claro del bosque.  Deambulo río abajo y allí, en la oscuridad, me dejo caer en el agua. Algo me compele a lavarme profusamente, a refregar mi rostro hasta casi hacerlo sangrar y a sumergirlo en la helada y rauda corriente de agua; pero, al hacerlo, veo el hórrido rostro de una anciana susurrar: "-¡Muerte!", obligándome a salir... una extraña sensación de ira y asco me invade nuevamente y vuelvo a sumergirme.   ¡No sé ni cómo llegué aquí!  Al fondo, río arriba las gentes gritan y se oye el crepitar de la madera al quemarse.  El agotamiento me obliga a dejarme caer en la Riviera del río, aunque quisiera seguir lavando mi rostro. El sueño y el cansancio ya casi me vencen. Por entre los árboles la luna llena deja colar un rayo que ilumina mi camisa ensangrentada.  No comprendo. Trato de incorporarme.  Caigo de cara al agua dónde, como dando tumbos, se acerca flotando la cabeza de una horrenda anciana, atravesada por un trozo esférico de cristal, ¡como si la bola, cual pompa de jabón, emergiera de su ojo blanquecino por la cataratas!... Trato de levantarme, de correr, de huir de aquel macabro esperpento, pero las fuerzas no me ayudan.  El agua, ¡sabia cómplice inocente!, hace su trabajo y la arrastra río abajo.  Siento que vuelvo a desmayarme, no sin antes oír una voz que ríe y me susurra: ¡Muerteee!...

B. Osiris Bocaney 

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