sábado, 2 de septiembre de 2017

Blanca

Este cuento se me metió entre ceja y ceja,  no sé si por tanto sol o por la necesidad de hallar una fuente de recreación intrínseca...  no aclaro,  que luego "escurezco", jajajajaja
¡Va cuentoooo!

 Blanca (¡o un cuento para no ser contado a los niños antes de dormir!)

Al cumplir la princesa Blanca los trece años, el reino se plagó de un temor sombrío. Los ancianos y adultos no olvidaban ni por un momento la profecía que con curiosidad, miedo -y un poco de morbo- se habían asegurado se contar de generación en generación.

¿Que cuál era la profecía? Pues, ¡nada más y nada menos que una estrofa pronunciada por la hechicera del reino, al pie de la cuna de esta princesa de hermosos labios rojos y tez tan blanca como la nieve, en la misma noche de su nacimiento y cantada con vehemencia por los juglares, en su afán de mantener viva la memoria de aquel fatídico momento: 
 
Fría como la nieve 
serás hasta la pubertad 
luego un fuego invadirá 
tus entrañas con locura. 
 No te saciará ni el cura, 
tu cuerpo será fogata; 
en celo, serás la gata 
más ardiente de este reino 
tu vida será un infierno, 
¡querrás hasta con tu padre! 
Ni mil brujas en aquelarre 
podrán disolver mi hechizo 
a menos que septillizos 
nacidos en luna creciente
en ti vacíen su simiente... 
sólo llegado ese día 
podrán vivir la alegría 
tú, el rey y toda tu gente. 

Dicho esto, la hechicera -que estaba dolida con el rey por no haber asistido a su aquelarre número 50- hizo ¡puf!, y desapareció sin saber que se había convertido en pionera de la poesía erótica.

Juglares, poetas, locos y cuerdos, durante diecisiete años hicieron de esa estrofa la musa para el imaginario erótico colectivo.

¡Pero, ay, ay, ay, que ahora la cosa no estaba para cuentecitos y poemas! ¡Había llegado el día y menester era, al mal paso, darle prisa!

Las mujeres del reino solicitaron una audiencia con el ya muy atribulado rey, para plantearle sus inquietudes. Creyeron que hallarían consuelo y una sabia solución, mas llegaron justo a tiempo para oír sus lamentos y dudas respecto a la profecía.

Así, para su sorpresa, presenciaron el momento en el que aquel padre angustiado, temiendo que se cumplieran las fatídicas predicciones, ordenó el destierro inmediato de su hija. Blanca no tuvo tiempo de enojarse, concentrada como estaba en apreciar los maravillosos atributos de los guardias que deberían dejarla a la buena de Dios en los confines del reino, en el profundo bosque, plagado de bestias salvajes y toda clase de criaturas. Lo dicho, la noticia de su exilio podría haber sido una triste experiencia, pero para nuestra chica era otra cosa... la tristeza la invadió fue cuando, habiendo partido rumbo a su destino final, bien lejos del reino y de su amado padre (quien había cuidado de ella desde la muerte de la reina madre) para evitar el cumplimiento de la profecía, la joven adolescente -tal como lo señalaba el tan cacareado oráculo- comenzó a sentir un ímpetu sexual desgarrador, descubriendo súbitamente una necesidad inenarrable de saciar sus ansias lúbricas con toda la escolta que se le había asignado. ¡Y he aquí que la tristeza y el desasosiego frustraron sus libidinosas intenciones, pues resultó ser que todos aquellos hombres buenmozos y bien dotados, resultaron ser eunucos! De camino a lo que seguro sería su muerte virginal y solitaria, la joven princesa lloró hasta dormirse levemente. No lograba comprender lo que le pasaba: el descontrol de su cuerpo que clamaba ardientemente por el contacto y el calor de otros cuerpos, la agitación de su mente con imágenes y fantasías sexuales a cada instante más y más explícitas, aquella ansiedad de sentir, tocar y disfrutar sus zonas erógenas con vehemencia, la trastornaban y confundían.

Mientras el carruaje donde viajaba recorría la senda que la llevaría a lo que todos creían una muerte segura, satisfizo por sí misma sus ganas de todas las formas que aquel pequeño espacio le permitía: ora con una lanza que le había ordenado a uno de los guardias eunucos blandir para ella, ora con la rodilla de otro; y así, hasta quedar exhausta. ¡Sí, estaba cansada hasta el desmayo, pero ansiaba más, mucho más! y, por eso, ni dormía ni descansaba.

Al cuarto día de viaje, ojerosa y con los ojos vidriosos por el deseo, Blanca fue abandonada, con unas pocas pertenencias en mitad del bosque. Al sentir la libertad de estar fuera del carruaje, y habiéndose percatado del sonido de una caída de agua, se le dibujó en el rostro una sonrisa perversa y en la mente una nueva fantasía sexual que consideró un deber impostergable, por lo que emprendió una carrera sin siquiera voltear a mirar cuando el carruaje casi se descarrila por la huida de los despavoridos eunucos.

Rauda y veloz, cual gacela en celo, corrió a la cascada, con la sola guía de sus oídos... mientras corría, se iba quitando pieza a pieza sus vestimentas al ritmo de un sonido melódico cada vez más creciente, hasta ahora desconocido para ella, pero que se le antojaba harto erótico y excitante. ¡Sí, el ritmo de aquel "Aijooó" tan masculino, tan cargado de virilidad, la complacía y excitaba sobremanera! Al llegar a la base de la cascada, concentrada en tratar de quitarse el corsé y el corpiño (y unos ligueros que ella se había diseñado a escondidas de la vieja nana que nunca la entendió), no se percató de que la fuente de aquella extraña melodía eran siete robustos enanos, hermanos nacidos de un mismo parto, que habían venido al mundo dos años antes que ella y que -a consecuencia de la muerte de su madre y de las supersticiones de las gentes del reino al creerles un engendro maligno por nacer en luna creciente, justo antes de la luna llena-también habían sido desterrados, aunque en mejores condiciones: fueron recluidos en una cabaña donde habitaba un viejo ermitaño -fallecido cinco años después de su llegada- que le enseñó el aprendizaje autodidacta de muchas artes y oficios, a compartir todo cuanto tenían (lo que les serviría de mucho de cara a su hallazgo actual) y a trabajar arduamente en una gran mina de oro que les legó al morir y que ahora rendía muy buenos dividendos por lo que podían vivir bastante cómodos y sin penurias gracias a su intercambio comercial con otros reinos donde la gente tenía una mentalidad menos cerrada. Y, hablando de mentes abiertas, volvamos a la cascada, donde la princesa Blanca, al ritmo de este cantar de los siete hermanos, seguía tratando de desnudarse, para así satisfacer estas renovadas ansias que la invadían.

Los siete enanos, al ver tal portento de mujer detenían -alelados y deleitados- su canto por momentos, en los cuales la princesa (cuya identidad ellos desconocían hasta ahora) detenía su menesterosa labor y miraba en todas las direcciones, como queriendo hallar algo. Ante cada interrupción del canto, venía una búsqueda visual y el respectivo acto reflejo de los siete enanos para esconderse y evitar ser descubiertos. Así, tuvo lugar una nueva dinámica y un nuevo ritmo para que la princesa terminara de retirarse sus atavíos. Las pequeñas interrupciones exacerbaron los deseos de Bella, que ahora se desvestía con una sensualidad y voluptuosidad dignas de una stripper profesional. A estas alturas, ya nuestros siete hermanos enanos, estaban convencidos de que eran la banda sonora y los próximos protagonistas de su propio cuento erótico, por lo que de muy buena gana continuaron cantando hasta bien entrada la noche, cuando Blanca cayó, extasiada y nuevamente exhausta de tantas veces que se había dedicado a dar placer a su cuerpo con todo cuanto pudo hallar en tan hermoso paraje.

Al verla caer rendida, los enanos (¡todos unos atentos caballeros!) aprovecharon la oportunidad para hacerle una camilla de ramas y, en hombros, llevarla a su cabaña, pues tan hermosa criatura no debería dormir a la intemperie, expuesta a los elementos y a los animales del bosque.

Dado que ya su repertorio de "aijó" ya había sido agotado, y acostumbrados como estaban a cumplir cada pequeña labor al ritmo de un canto, decidieron echar mano de una canción de juglares que su difunto maestro les enseñara y que hablaba de una princesa, un hechizo fatal y siete hermanos. Cuando iban a repetir el estribillo que leímos al principio de esta historia, se detuvieron en seco y se vieron las caras; ¡en una especie de epifanía colectiva, descubrieron que la historia narrada por tantos bardos hablaba justo de ellos!

Al llegar a la cabaña, decidieron que ninguno se separaría de ella para dormir, ¡tal era su embeleso! Decido por consenso, resolvieron unir las camas para dormir, todos juntos, alrededor de esa hermosa damisela que ahora veían como su reina (años más tarde, en medio de una crisis minera que casi los lleva a la quiebra, habrían de tomar esta idea para invadir el mercado local con camas tipo "queen size", convirtiéndose en pioneros de la industria y salvando su patrimonio, ¡pero esa es otra historia!). En la madrugada, Blanca despertó exaltada, de nuevo poseída por aquellas ansias que le recorrían el cuerpo. Al percatarse de dónde estaba, sintió satisfacción, curiosidad y sorpresa, en ese mismo orden. Los enanos, que ya habían comprendido totalmente el mensaje implícito en la canción de los juglares, se mostraron prestos a cumplir cabalmente con su parte de la profecía, no sin antes alimentar y poner en autos a su ardorosa princesa de mirada seductora.

El alba les llegó entre copones de vino, cánticos, canapés y viajes colectivos por las fantasías sexuales de la lúbrica princesa y los complacientes enanitos, que -entre suspiros, arañazos, gemidos y silbidos- poco a poco le dieron a conocer sus planes para darle un final más conveniente a aquel oráculo malintencionado.

Fue así como, entre canto y cuento, aquellos ocho experimentaron su sexualidad y vivieron felices para siempre... ¡Bueno, no para siempre!, porque luego se toparon con un príncipe que se había extraviado y que resultó ser bisexual, ¡pero ese es otro cuento!
 
B. Osiris B.

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