Entonces los enemigos; sentados frente a frente recuerdan los tiempos idos. Beben una copa, se miran a los ojos y se dicen cosas como si amigos fueran o lo hubiesen sido en algún extraño momento de sus historias.
El odio los ha
unido tanto, que ahora si se faltaran, se extrañarían mucho. Guardarían
luto cerrado el uno por el otro. Derramarían más lágrimas de dolor que
por aquel amor de siempre, el de todos los días, el que creció y muy
seguramente morirá con ellos.
A veces la certeza del odio es
tranquilizadora. Pues uno sabe que nunca puede bajar la guardia frente a
su enemigo declarado.
En cambio; hay unos que se hacen, se
dicen, se declaran amigos y sin embargo, son de los que se debería desconfiar
realmente.
Patricia Lara P.
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