Echó a andar. Solo poner un pie al frente del otro, la mirada adelante y no pensar. Caminar, caminar y caminar.
Le dolieron los
pies, se le ampollaron, se rompieron primero las vejigas causadas por el roce y luego los zapatos. Los amarró con los
propios cordones primero, con cabuyas después, para luego dejarlos a la vera del camino y seguir caminando sin ellos.
Le dolieron mucho
los pies, las ampollas en las propias ampollas se llenaron de tierra; las cuales
al secarse formaron grandes callos.
Se adaptaron los pies, tanto al camino; que ya no sentía ni el calor del sol,
quemándolos, ni el frío de las noches largas resecándolos, ni las piedras
rasposas y cortantes hiriéndolos con saña. ¡Nada!
Los ojos antaño
vivaces y brillantes, ahora refulgían como carbón apagándose. Más ya no veían nada más, que al frente.
¿Su destino?
No existe. O existe pero no es otro que este; ese caminar, caminar y
caminar caminos.
Viejos caminos,
nuevos caminos, caminos no recorridos, caminos que son caminos pero que no
conducen a ninguna parte y no son nada más.
Le podrán temer, al
caminante aquel; podrán sentir lastima
por él... Más nadie lo ve.
¿Su condena? No es... es la libertad
expresada en caminar, caminar y caminar.
Patricia Lara P.
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