sábado, 2 de noviembre de 2024

Mi tristeza

 Mi tristeza 

Se dibujará sólo un instante en un brillo o en un oscurecimiento de mi mirada. De ahí en más. Si alguna vez acaso, se asoma por el rabillo del ojo correrá  a ocultarse de nuevo sumamente apenada por dejar salir algo tan íntimo, por permitir que cualquier cristiano la avisore, la intuya.
Mi tristeza es mía y de nadie más. Egoísta como soy, ni eso comparto.

Yo 

Patricia Lara Pachón 

Con el corazón en las manos

 

Estoy haciendo fila en la caja del súper mercado. Una persona al parecer se prepara para el fin del mundo. Yo con dos cosas en la mano me desespero. Respiro profundo y escucho la voz de un hombre que habla a mis espaldas. Lo miro y noto que se siente aliviado. Me dice... Ayer le dije a mi esposa que me había casado con ella, amando a otra. Dice, los ojos de ella brillaron primero y se apagaron después. Y comentó más para ella misma que para mí... supongo. Creí que había sido por el embarazo. Me preguntó sin ganas de saberlo realmente de quién. Igual ella misma sabía que no era de su mismo grupo de amigos o conocidos. La mirada en su rostro se apagó de nuevo. 

Yo no tenía a quien decirle ésto, continúa el hombre y no quería callarlo por siempre. Ya son muchos silencios. Gracias por escuchar... Ya la llaman en la caja. Yo igual no habría sabido que decirle. Si me puse en los zapatos de su mujer y algo en mi alma también se murió de golpe.

Patricia Lara Pachón

Apacible


 Apacible


Apacible el lago, apacible el bosque, apacible el cielo. Vacío total en mi mente, en mi corazón en mi cuerpo y en mi alma.

Patricia Lara Pachón

A boca de jarro

 A boca de jarro


A boca de jarro te encuentro. A pesar del tiempo transcurrido, y de la distancia yo habría reconocido esos ojos que me miraron antaño con amor.
El cuerpo ya no es el mismo, pero el brillo de esos ojos era un faro encendido en la tormenta.
Cruzamos los caminos, las miradas... E igual que antaño, seguimos adelante... cada uno prosiguió su camino.

Patricia Lara Pachón 

Extinción

Extinción 


Y el mundo se volvió un caos. La maldad caminaba por el mundo y se vanagloriaba del poder que tenía.  Eran muy pocos los buenos que quedaban y se ocultaban en la oscuridad. Esperaban que un milagro ocurriera, que algo bueno les sucediera para volver a caminar a la luz del sol y con la cabeza en alto. Ansiaban que por fin el mundo se reiniciara para de ser posible tomar el control y hacer entonces lo correcto, corregir el rumbo y dirigir el mundo en paz y armonía.
Por algo que intuyo la destrucción era lo único posible y ojalá la especie humana en serio se extinguiera. 

Patricia Lara Pachón 

Suicida

 Suicida


La vida no le importaba, quería quitársela y al hacerlo arrancarse ese dolor terrible que le embargaba.
Caminó, trepó la ladera, llegó al risco, se asomó al precipicio vió las rocas enormes, redondeadas unas, puntiagudas otras. Apreció su caída. Se espantó con los ires y venires, con los golpes aquí y allí. Imaginó el dolor al romperse la carne primero, los huesos después.  Degustó lo que sería morir. Pensó a los cuantos totazos sucedería.
Con vida por supuesto no saldría.  Era lo que quería y había deseado desde hacía ya algún tiempo. Acabar por fin con ese dolor que le partía el alma.
Adiós mundo cruel.
-Pensó-
Entonces dando la espalda al precipicio regresó por el mismo camino tarareando.

Patricia Lara Pachón 

Que qué odio

 Que qué odio


Debo aclarar que la palabra "odio" me parece muy fuerte. Así que no hace parte de mi vocabulario cotidiano.  Debo decir entonces que no odio nada ni a nadie, pero si hay personas, cosas, situaciones que me molestan y/o mortifican.
Me molesta el olor del chocolate, aun cuando si debo admitir que como chocolatinas de ediciones especiales y con maní y caramelo.
Me dan un asco espantoso los huevos aun cuando de vez en cuando los consumo y por lo tanto también me repugnan los mocos acuosos y pegajosos (jajaja)
Los pescados, frutos de mar y el agua en la que nadan me dan así como revoltura (gas).
No me gustan las personas que hablan de los demás cuando no están.
Me da ira mala no poder usar zapatos de tacón alto.
Detesto la impuntualidad y que pongan a esperar a los cumplidos a ver si los que llegan tarde se dignan a llegar (Ni que fueran tan importantes).
No me gustan las personas que se quejan de mis hijos peludos. Mejor que no vengan a mi casa.
Sentirme enferma es horrible, no me gusta sentirme una carga para nadie.
No me gusta que fumen en mi casa, me enfermo del pechito cuando lo hacen.
Los borrachos son un asco. Perder los linderos de la decencia los hace ver vulgares.
Que me digan que Capitán está gordo me molesta mucho.
Que agarren las frutas de mi antejardín cuando aún están biches me da ira mala.
Que aún hoy después de tantos años me duela ni niña interior me da desasosiego. 
Admito que si... Me cae muy mal la gente con veneno en la lengua.

...

Patricia Lara P

Y yo no quiero

 Y yo no quiero


Y yo no quiero ver como me voy pudriendo lentamente. Como la vida se va volviendo un hilo cada vez más delgado.
No, yo no quiero.

Patricia Lara Pachón 

Las muñecas

 Las muñecas 


Encontraron a esa mujer con las muñecas llenas de sangre. Las observaron con mas horror aún al ver el cuerpo del hombre colgando cabeza abajo de la viga y aún goteando sangre en un balde enorme.

Patricia Lara Pachón 

Aquí pensando


 Bueno... Me puse a pensar que habría pasado si los españoles no nos hubieran descubierto y colonizado, y para empezar debo admitir que yo no existiría. Soy descendiente de los infantes de Lara, famosos criminales de España. Eso dicen las tías, y de africanos esclavizados, es la historia que conozco por mi abuela.

Obviamente existían los americanos de diferentes etnias y seguro habrían seguido viviendo y reproduciéndose. 
No estaríamos a la altura del otro mundo. En cualquier momento algunos habitantes de cualquier lugar del mundo llegarían a descubrirnos y colonizarnos y la situación sería la misma que ahora. 
Pero... Supongamos que nadie llegó. Que somos los indígenas de antaño. Con un idioma propio, con nuestros dioses y nuestra cultura.
Nuestra moda seguiría siendo la desnudes y el taparrabos.  Comeríamos papa, yuca y similares. ¿Ya habríamos domesticado algún animal?  ?Cuales serian esos? ¿Aun intercambiaríamos sal por plumas coloridas?
¿Las mujeres seguiríamos siendo dominadas por los machos?
hmmm yo aquí pensando...

Patricia Lara P

Va la madre

 Va la madre 

El tipejo me miró con descaro y esbozo una media sonrisa que me llenó de espanto.  No quise dejarle ver el sentimiento que me embargaba, así que lo miré de frente retadora.
Lo vi acercarse despacio como la vil víbora rastrera que era. Lo esperé con los puños apretados sin quitarle los ojos de encima.
El hombre me media. Media mis fuerzas, la posibilidad de correr estaba anulada por la pared a la que estaba recostada.
Apreté aun más las manos y los dientes. Va la madre me dije. Antes muerta que dominada o envilecida por esa basura andante.
Un destello de luz hizo brillar un pedazo metálico a mis pies. Mientras el hombre saltaba sobre mi, yo me agaché a recogerlo. Con furia se lo metí en las entrañas. 
Vi sus ojos repletos de asombro, luego los vi apagarse como un carbón sacado de la hoguera. Con mi mano ensangrentada se los cerré de un tajo. No quería seguirlos observando. Lo que menos deseaba era volver a recordarlos.
Va la madre me dije. El quiso hacerme daño y yo me protegí.  Fue en defensa propia.

Patricia Lara Pachón 


Tierra de cementerio

 Tierra de cementerio 


Y ese sacerdote me dijo que alguien me había dado a comer tierra de cementerio. Que cosa asquerosa y además absurda. En qué cabeza cabe semejante idea y peor aun ejecución.
Yo, piense y piense... ¿Cómo me hicieron comer algo así? ¿En que momento? ¿Y como porqué?
La situación pasa muy seguramente por el odio y la envidia. Pero... En serio, ¿Qué hice como para que alguien me quisiera hacer algo así?
¡Que asco!  La maldad de la gente "buena" que se cree con derecho a decidir sobre la vida de los otros. Creyéndose muy seguramente la persona más idónea.
Bueno.  Ahora alguien me quiere hacer una "limpia".
Me negué perentoriamente a devolver el mal a su legítimo dueño. Es horrible lo que yo he sentido y no se lo deseo a nadie más. Así que ahora estoy bebiendo menjurjes horrorosos. Encendiendo velas, durmiendo con una tijera en cruz bajo la almohada.
¿Servirá para algo? O sencillamente ganará el mal pues me llenará completa y me despojará de la poca humanidad que tengo.
Bueno, ojalá a nadie más se le ocurra darle a otro tierra de cementerio.

Patricia Lara Pachón 

Respiro

 Respiro


Abro la puerta y salgo. La mañana está fresca. El sol intenta asomar tímido pero las nubes bailarinas y juguetonas se lo impiden. La calle está sola y callada. No hay un alma despierta que mueva una cortina o que abra una ventana.
Con la traílla en la mano paseo a Capitán. Él con su cola al viento va de aquí para allá. Olfatea, levanta la patica, lame. Quiere desaparecer a como de lugar la huella olfativa de otros perros. Él se cree y sabe el dueño absoluto del barrio. Tres manzanas son sus dominios. 
Yo, entre dormida y despierta por la hora, lo acompaño. De pronto el perro baja la cola y las orejas, olfatea, gime. 
Miro a ambos lados de la calle y no aprecio el motivo por el cual el animal se comporta de esa manera.
Al cabo de un minuto o dos observo un grupo de personas que salen por la esquina. Vestidos de negro, susurrando algo. Cada uno lleva en sus manos un rosario. Noto que hay gente de variadas edades, pero todos están  muy pálidos y delgados y con la piel apergaminada y enferma. Avanzan hacia nosotros murmurando letanías. Quiero moverme de donde estoy para llegar a mi puerta pero el asombro me ha dejado paralizada.  Capitán tampoco se ha movido un ápice. Apenas si ha agachado aún más las orejas y la cola. Gruñe pero imperceptiblemente.  Lo miro a él y de nuevo al grupo de personas. Están cada vez más próximos. Recuerdo que relativamente cerca de mi casa hay un cementerio. He ido allí en contadas oportunidades, obligada por las circunstancias. Algún vecino o conocido fallecido al cual hay que ir a despedir. No por respeto al difunto, más bien a las familias o a sus deudos.
Ya la procesión está más cerca. Van a pasar frente a nosotros. Quiero agachar los ojos pero algo me impele a mirar. Ahogo un grito en la garganta. Reconozco a algunos de esos personajes. La viejita del grupo de manualidades que partió hace un año, el hermano de una conocida, el abuelito y la abuela de un amigo de la familia, el compañero de la escuela de mi hijo, el hijo del amigo de mi esposo. Y otras personas más que posiblemente haya conocido en algún momento pero que hoy no logro reconocer plenamente.
Me miran con esos ojos hundidos, el rostro cadavérico ha quedado de frente a mi persona. Un rictus en los labios semeja una sonrisa. Inclinan la cabeza en una casi venia y un ora por nosotros se escapa de sus labios marchitos.
El grupo se desvanece en la calidez de la mañana. Siento en la piel helada el calor del sol que me cobija. Respiro.

Patricia Lara Pachón 

Ponte en mis zapatos

 Ponte en mis zapatos


Póngase en mis zapatos me dijo. Instintivamente le miré los pies. Minúsculos. Los míos eran más grandes y algo planos debido a que caminaba mucho todos los días. Hasta los tobillos con los años se habían hecho más gruesos.  Sus pies por el contrario entraban en esos zapatitos casi infantiles. Un tacón puntilla era lo que los hacía ver más adultos y el color rojo me los hizo pensar sensuales.
Póngase en mis zapatos. Y ahí si vi su rostro rosa, sus labios carnosos rojos, sus cejas perfectas, la nariz respingada, todo eso por decirlo de alguna manera; encerrado en esa cabellera rubia, ensortijada y abundante.
Póngase en mis zapatos y ahí me percate de su cuerpo perfecto de 1:50 centímetros de altura más o menos.
Bueno, así textual textual no se podía tomar la frase. Yo era completamente diferente.
Retomemos entonces porqué motivo ella deseaba que yo me pusiera en sus zapatos.
Ella, me dijo que había regresado a su hogar un par de horas antes de lo acostumbrado y había encontrado a su esposo, el padre de sus hijos preparando la cena. Pensó en ese instante que se afanaba por ella. Que quería sorprenderla con un comida caliente y rica. Lo vio abrir los ojos asombrado mientras de sus manos caía y se hacía añicos la ensaladera de cristal que les había obsequiado en su boda un amigo. En ese mismo instante y como si fuera un sortilegio o si se tratara de brujería, por la puerta del cuarto salía una mujer desnuda.
No tuve otra cosa que hacer más que agarrar el cuchillo que estaba ahí frente a mi mano, era como si esperaba que lo tomara pues se adaptó a mis dedos y palma de manera singular. Sin mediar palabra ni pensar en nada salte los dos pasos que de mi lo separaban y clave el arma en su vientre primero, en su pecho después, atravesé sus manos protectoras. Después, no supe... No sé si hubo un después.
Al cabo de un segundo la ví a ella sangrando a mis pies. Creo, no estoy segura que le metí el cuchillo en el cuello que el golpe fue tan certero que casi le separó la cabeza del torso.
Póngase en mis zapatos señorita. En serio hágalo. O dígame por favor,  ¿Usted qué habría hecho?

Patricia Lara Pachón 

Empatía

 Empatía 


No es que ella no lo supiera era que no le importaba en lo más mínimo lo que los otros pensaran o hicieran.
Estaba cansada de disimular,  de querer encajar. Pero ya estaba hasta la madre de eso.
¿En qué momento los demás pensarían en ella? ¿En lo que quería o deseaba?
Siempre respetando al otro sin recibir el mismo trato. ¡El colmo!  Esa tal empatía ya la tenía harta.

Patricia Lara Pachón 

El espíritu

 El espíritu 


Empecé a sentir que algo llegaba a observarme. Me despertaba cada vez que lo hacía. No es que fuera delicado precisamente. Podía estar dormida y me despertaba. Llegó incluso el momento es que me dedicaba a observar con detenimiento esa sombra. Era más oscura que la "oscuridad" del cuarto. Y estaba llena de estrellitas. Algo así como esas luces que se observan cuando uno se levanta de prisa. 
No supe exactamente cuando comenzó a suceder. Al principio se tomaba su tiempo para regresar, pero llegó el momento en que lo hacía con más frecuencia.
Decidimos regresar a la ciudad en la que estaba nuestra casa propia. Y ahí la actividad se volvió no solo más constante sino que se podría decir más palpable. Ya no solo veía esa sombra en las noches. Ella movía cosas, escondía objetos, hacia sonar estrepitosamente elementos. Me hacía salir de la casa, muerta de miedo.
Me volví asidua clienta de la tienda de la esquina. No tenía a dónde más ir. Así que se volvió mi sitio de escape.  
Me daba mucha rabia la situación. Alcance a decirle a mi esposo que él me quería enloquecer. Es que era en realidad difícil de creer lo que me pasaba.
Debo aclarar que la sombra me seguía a dónde quiera que fuera.
Alguna noche estábamos en la casa de campo que teníamos en aquella época y al sentir que la sombra llegaba, sin mediar palabra empecé a remecer a mi esposo para que la viera. El abrió los ojos y la vio. Estaba sobre nosotros. El le dio un par de golpes quedando helados el brazo y la pierna que uso para ese efecto. Igual a los minutos se durmió. Ya en esa instancia no pudo volver a decir que yo estaba loca. Habría tenido que admitir que el también lo estaba.
En otra oportunidad allá mismo, hablábamos en el comedor mi cuñada,  una amiga y yo. Nos dimos cuenta que era ya muy tarde y decidimos ir cada una a su cama. Yo entré al cuarto, mi amiga subió al suyo. Mi cuñada entró al baño. Antes de cada una irse, cerramos la puerta de entrada que era de vidrio y corrimos la cortina. Al salir mi cuñada del baño encontró la cortina corrida y la puerta abierta de par en par. Refirió ella al día siguiente que casi le da un infarto pero que no dijo nada esa noche para no darme más angustia aun.
Al día siguiente regresamos a Medellín yo sentía una presión en el pecho. Así que antes de dormir me tomé un par de cardio Aspirinas y me fui a la cama. No sé que hora sería cuando me desperté. Sentí que me observaban. Ya no era la sombra de siempre. Ahora la cabeza de una mujer negra, con un afro abundante y ojos enormes me miraba con malignidad. Cuando ella se percató observada se arrojó sobre mí. Creo que entró por mi pecho. Yo gritaba histérica, mi esposo le preguntaba al ente qué era lo que quería, le decía que nos dejara en paz. Está es la hora que no se si ella y yo  compartimos el mismo espacio. Si ella y yo vivimos en el mismo cuerpo.
Mi vida era cada día más estresante, vivía atemorizada y llena de rabia.
De pronto una amiga me llama. Me cuenta que había ido con su novio donde un médium y que el le había preguntado en medio de la charla quien era Patricia. Mi amiga le responde y él le dice que me aconseje tener cuidado. Que hay una pareja de conocidos que quieren hacerme daño. Que hicieron brujería con tierra de cementerio y muerto. Yo no lo pongo en duda. Consigo el teléfono del medium y le pido ayuda. Me dice que lo llame de vuelta al día siguiente, que él en la noche va a ir a mi casa en cuerpo astral y que se va a enterar mejor de lo que me sucede.
No veo la hora de comunicarme. Le marco y contesta. Me dice, que el espíritu es muy agresivo, que lo atacó y arañó. Me dice que está ubicado atrás de una puerta café. Al preguntarle cuáles son las personas que me odian y quieren hacerme daño, me dice que viven en las casas frente a la mía. Que son madre e hijo, que me quieren hacer daño por envidia y que la casa de ellos tiene puerta verde. Me da también un par de nombres.  Me sorprendo. No lo puedo creer. Para mí son amigos. 
El espíritu cada vez se siente más fuerte. Me genera mucho desasosiego y temor.
Un día tomé cincel y martillo y rompí dónde antaño estaba  el acceso a la casa. ¿Y que creen?  Encuentro en los ladrillos calados que estaban sobre la puerta un pedazo de encaje negro y dentro de él tierra y minúsculos fragmentos blancos que presumo son huesos. Arrojo esos objetos a una quebrada.
Va paulatinamente cesando la interacción con el muerto. Pero aún se siente en mi casa.
Un día me informan que la vecina ha fallecido. Voy a la misa de muerta y a pesar de aun dudar que ella hubiera querido hacernos daño le digo desde el fondo de mi corazón que si es cierto ahora va a tener que cuidarme.
Obvio ya la liberé de esa obligación, pero dejé de sentirla. Deje de tener miedo, de vivir ansiosa y tan enojada.
¿El espíritu? Ojalá dónde quiera que esté haya descansado en paz.

Patricia Lara Pachón 

Algo muy malo

 Algo muy malo


Se despertó con el corazón a mil. No sé decidía a abrir los ojos. Algo le decía que mejor no lo hiciera. A ella los augurios siempre la habían dominado, y ella quería prestarles atención. Alguna vez que no lo hizo el mundo se le puso de patas para arriba. Hoy no quería des oír a sus entrañas.
Así que se quedó quieta, con los ojos cerrados y tratando de acompasar su respiración.
Pasaba el tiempo y no sucedía nada, no escuchaba nada. Era como si el mundo se hubiera acabado y ella fuera el último ser viviente sobre la tierra.
Igual prefirió quedarse quieta,  y seguir apretando los ojos. Ya la respiración se había hecho normal. El silencio continuaba.
El cuerpo le estaba empezando a hormiguear, los brazos y piernas se le dormían. Incluso ella perdió la concepción del tiempo.
Se despertó de golpe y recordó. Recordó que efectivamente el mundo se había acabado, que el sismo había sido tan fuerte que la había sepultado en la sala de su casa. Que apenas si podía moverse y respirar.
Deseaba que por fin la vida la abandonara, que la agonía terminara para al fin descansar en paz.
Volvió a dormirse. Se despertó de golpe con el corazón al trote y sintiendo que algo muy malo iba a pasar.

Patricia Lara Pachón 

La cena

 La cena


Una lluvia suave había comenzado al principio del día y continuaba al empezar la noche. Las luciérnagas habían caído una a una y se habían apagado igual que colillas de cigarrillo. Ignoraba si habían muerto de frío o si sencillamente descansaban y tomaban aliento para encenderse de nuevo. 
El pasto anegado se había reclinado por su propio peso sobre la tierra amarilla y viscosa.
La casa de madera sumida en la oscuridad se semi vislumbraba en la noche cerrada.
Un grito ensordecedor se escapa de la casa, sale por la puerta, por las ventanas cerradas, por la chimenea sin asomo de humo. El grito se desliza por los tres peldaños y repta por el minúsculo camino empedrado.
Agazapada tras un árbol no sabe si guarecerse en el interior de la casa, temiendo a lo que habita el interior o si quedarse quieta y aterida de frío en el exterior y sufriendo las inclemencias del clima.
Nada de lo que observa le da calma, nada de lo que escucha le da paz. 
De pronto a su espalda un nuevo chillido le pone la piel de gallina, como un rayo se levanta y corre. Corre como si un alma en pena la estuviera persiguiendo. Sin pensarlo realmente salta las escalas, agarra el pomo de la puerta y ésta se abre de par en par.
La oscuridad del recinto la encandila. Es como una sin razón, pero es exactamente lo que siente. Leves luces empiezan a despertar con su presencia. La estancia cobra vida.
Se encienden sobre una mesa que está ubicada en medio del recinto un par de velas que llenan de calidez el cuarto.
El comedor enorme luce además un hermoso y delicado mantel. Los platos de porcelana blanca están perfectamente ubicados. Los cubiertos de plata brillan, las servilletas, vasos, copas parecen haber sido puestas por un experto en protocolo.
Suena una campana y de la semioscuridad de la cabaña empiezan a salir personas elegantemente vestidas. Trajes negros largos; las damas, perlas en sus cuellos, diamante en dedos y orejas. Los señores de corbata negra, zapatos de charol y leontina al bolsillo.
Alguien dice: La cena ha llegado.
Todos observan  a la recién llegada y en esa mirada ardiente y vibrante se les observa el hambre, un hambre ancestral, un hambre de varias vidas.

Patricia Lara Pachón 

Ni una más

 Ni una más 


Tomó la decisión en el momento que más molesta estaba. Se dijo a si misma. No voy a volver a dirigirle la palabra nunca más.
En adelante y sin poder entenderlo. Sus boca no volvió a articular palabra para él.
Podía explicar, expresarse, hablar en público. Pero... Si de él se trataba. No podía ella articular palabra alguna que a él se dirigiera.

Patricia Lara Pachón 

Pueblo chico infierno grande

 Pueblo chico infierno grande/El padre Agustín 


Llovía, una llovizna constante y pertinaz lo remojaba todo. Las tejas y calles antes secas se habían vuelto lisas y peligrosamente resbalosas. Hasta los gatos tenían miedo de caminar sobre ellas. Ya había visto dos o tres o quizás más, resbalar y  caer erizados y correr cubiertos de lodo hacia las puertas más cercanas.
El mundo  parecía derretirse ante sus mustios ojos, hastiados de tanto ver llover, de tanto día gris, de tanta soledad y de tanto abandono.
Las gentes murmuraban  que esto sucedía desde que una horrible maldición había sido arrojada al viento por el padre Agustín.  Él, había sido enjuiciado y condenado por las malas lenguas del pueblo. No le habían dado oportunidad de explicarse, de decir algo, de pedir si acaso fuera necesario, perdón.  
El día que él partió, masculló una oración enredada entre otras frases ininteligibles. Nada más al terminar de hacerlo, el cielo se cubrió de gris y esas minúsculas y constantes gotas de lluvia empezaron a caer sin pausa. El religioso se subió a su auto y aceleró a fondo, yendo a estrellarse estrepitosamente contra la barrera que servía de contención  al río. El golpe fue tan fuerte y contundente que el auto saltó y se hundió en el cauce vertiginoso, que lo engulló en un abrir y cerrar de ojos.
Primero un remolino enorme que se fue haciendo pequeño, para terminar siendo  el mismo apacible río, que cruzaba el pueblo y era bordeado otrora por casas blanqueadas y bellamente adornadas con macetas de flores multicolores. Las mariposas revoloteaban danzarinas y las abejas se apresuraban de flor en flor.
Por más que los mejores nadadores del pueblo se zambulleron en él, no lograron encontrar los restos del auto destartalado del padre y  menos aún el cuerpo seguramente mutilado del cura.
El pueblo antes brillante y alegre se tornó hostil. Los propios habitantes sonrientes y felices de antaño se volvieron huraños y mal encarados ¡Con qué alientos podrían volver a  ser las gentes de antes!  La lluvia sin pausa los vaciaba de todo. Hasta de las ganas de salir de allí, o de marcharse.
Curiosamente con el correr de los días y a pesar de no haber despedida alguna las casas empezaron a verse vacías. Los muebles quedaban allí, abandonados al moho a los insectos, al polvo, las gentes sin despedirse desaparecían. Una noche allí estaban y al día siguiente nada, nadie.  La comida que había sido preparada para la cena, en las ollas se descomponía, las camas no habían sido destendidas  y los elementos decorativos se pudrían. 
Todo el caserío se iba convirtiendo en un montículo enorme de lodo, repleto de gusanos e insectos mil. Era como un cuerpo dejado a la intemperie que lentamente se descomponía.
Al parecer los pocos habitantes que quedaban ni se enteraban de lo que sucedía, o sería solo la resignación la que los dominaba.
Una vivienda vacía, dos y otras más, muchas más. 
Ya solo quedaban Pedro y su perro, que se encerraban en la casa apenas la mínima luz del sol se desvanecía, el pobre hombre arrimaba muebles frente a la puerta de entrada, intentando que el mal no lograra traspasar esa barrera y pudiera entrar  en esa, su lúgubre vivienda.  
Aquella horrenda noche el animal reculaba frente a la puerta que daba acceso a la sala, aullaba, metía la cola entre las patas y se cubría los ojos con ambas patas. temblaba y  se volvió un ovillo hasta quedar arrinconado en una de las esquinas del cuarto. El pobre animal lloriqueaba frente a los ojos desorbitados de su amo.
Él, Pedro era el último, por lo tanto con seguridad absoluta sería el siguiente. Agarrado a dos manos de una cruz de madera igual de podrida que el resto de las cosas, de la casa, del pueblo, vio la puerta caer en astillas polvorientas, cerró los ojos con premura en el mismo momento que observó al padre Agustín entrar por ella, lo imaginó estirar los dedos huesudos, notó que lo agarraba por el cuello, que lo levantaba como si una pluma fuera, como si el peso del hombre no hubiera existido antes, nunca,  para llevarlo en volandas  al infierno.
Pedro se sabía responsable de toda la destrucción y la desgracia,  Él  había empezado el rumor sobre el padre Agustín, un rumor infame y denigrante, además de falso.  El mismo chisme que al hacer al sacerdote cometer suicidio, lo había condenado al infierno, a la condenación eterna, a deambular buscando a quien castigar por ello  y ahora era él, Pedro; el último ciudadano del pueblo, pero el más culpable.  El castigo eterno los esperaba, ya los demás condenados en el infierno los aguardaban.

Patricia Lara Pachón

Mi tristeza

 Mi tristeza  Se dibujará sólo un instante en un brillo o en un oscurecimiento de mi mirada. De ahí en más. Si alguna vez acaso, se asoma po...