El framboyán
(O árbol de fuego)
Octavio se había adaptado completamente a la calle ochenta y ocho, bueno... Prácticamente a todo, pero extrañaba demasiado, y ahí si cambia la palabra "demasiado", los árboles. Amaba recostarse en un cedro del parque cercano a su casa. Le encantaba respirar el aire que bailaba entre las ramas del mismo. Había soñado siempre con la calle ochenta y ocho, la intuía, la presentía y la deseaba. Sentía que su felicidad estaba allí.
Ahora, tan pleno como se sentía quería plantar en su patio su propio árbol. Ocultas entre sus prendas había llevado las semillas del cedro. Las había ido seleccionado entre las más bonitas. Él sabía que no iba a tener muchas oportunidades para que germinara y menos aún que se le permitiera conservar, primero el retoño y después menos el árbol en crecimiento. Bien era cierto que la calle ochenta y ocho estaba rodeada del rio y de un bosque inhóspito y espeso, pero Octavio no podía llegar hasta ahí y menos aún pensar en tener un rato bajo sus frondosas y oscuras ramas. Ramas que siendo sincero no se movían ni un ápice, menos aún expelían algún aroma.
Se dió entonces sus mañas y con sumo cuidado de no ser visto, abrió un pequeño hueco en su patio y todos los días paseaba por allí con un vaso con agua que "accidentalmente" se regaba en el mismo sitio. Un día con asombro vió el pequeño brotar de la tierra y su felicidad fue tan grande como su temor. Trató de ocultarlo y lo logró por un par de días. Pero, el arbolito crecía con suma rapidez, a la semana ya lo superaba en tamaño, tanto que llamó la atención de los demás habitantes de la calle. Empezaron a hacer correrías, a visitar el árbol que crecía y crecía. Sus ramas y características no eran del buen Olmo, era indudablemente un árbol de fuego. Los habitantes de la calle ochenta y ocho empezaron a recordar, a hablar entre ellos primero y en susurros después y luego en voz alta, muy alta. En éstas conversaciones mencionaban con admiración y miedo algo que todos esperaban. Al parecer la profecía empezaba a cumplirse.
Patricia Lara Pachón
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