jueves, 17 de julio de 2025

La boda

La boda


Octavio estaba preparando su huída. Nadie podía saberlo, por eso mismo participó activamente en La boda de Helena, la mujer que todos pensaban que él amaba. 
Por eso, cuando lo veían con esa bruma en la mirada, fingían ignorarlo e incluso entenderlo. Sus padres y hermanos le palmeaban la espalda con consideración.
Octavio era el padrino del novio y el mejor amigo de la novia. Él eligió el bar para la despedida de soltero del Carlos, él contrató las bailarinas, y pagó con sus ahorros el licor y los pasabocas. Le cuidó la borrachera al novio y se encargó de que llegara puntual a la iglesia. 
También invitó a un cuarto de hotel con jacuzzi, a las mejores amigas de Helena, les compró tocados brillantes a cada una y a la novia una corona con velo que lanzaba bellos destellos ante la luz lunar. Les proveyó también todo el vino espumoso que quisieron tomarse y pasabocas delicados para que ninguna de ellas tuviera queja alguna. Se encargó de que la madrina cuidara que la novia llegara a tiempo a su boda.
Octavio iba y venía. Si hubiera sido el novio muy seguramente no habría estado tan comprometido con los detalles.
Ayudó a elegir la iglesia, habló con el padre que lo había confesado cada sábado y le había dado la sagrada ostia en las manos unidas cada domingo. Eligió con ellos el sitio de la fiesta, seleccionó la decoración, las flores, se encargó el mismo de revisar la vajilla y los platos a servir. Era increíble que un hombre prácticamente invisible como Octavio, se hubiera llenado de vitalidad y de ganas por ver a sus amigos felices y casados.
Les compró los pasajes y les eligió el destino soñado. Por algo había estado con ellos toda su vida. Por algo eran sus mejores amigos.
Después de que Helena y Carlos se dieran mutuamente el si, Octavio, les ayudo a partir la torta mitad de chocolate blanco por ella y almíbar y miel por Carlos, la otra mitad. El centro era de albaricoque, su fruta preferida, de ese modo también dejaba su marca y gusto en el festejo.
Después el brindis donde las frases más amorosas y amables, con voz entrecortada las pronunció justamente él, Octavio.
Los platos se sucedieron causando sensación. Desde una fina ensalada con camarones, continuando con codornices confitadas y finalizando con un postre suave y delicado.
Parecía que Octavio estaba en todas partes, que no se cansaba, al final y bien entrada la madrugada dejó a la pareja en el hotel, prometiendo estar puntual para llevarlos al aeropuerto.
Así fue, no se veía cansado para nada. Sus ojos a veces se le oscurecían pero recobraban El brillo al instante.
Sus padres y hermanos lo miraban admirados pues intuían  que sufría mal de amores.  Pero... En realidad eran bien otros los motivos que le oprimían el corazón a Octavio.

Patricia Lara Pachón 

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