Yace con cara enterrada en el polvo, le arde la piel y no puede respirar, hace rato que dejó de gritar pues solo chillidos salían de su garganta. Siente la tierra pegada a su cara, las lágrimas se secaron dejando surcos negros, tostados. Cualquier movimiento que haga le resulta sumamente doloroso.
Yace ahí, quieta. Escuchando las voces de sus victimarios. Hace rato no los escucha más. Pero tiene tanto miedo y dolor que prefiere quedarse quieta, ni respirar siquiera. No sabe cuánto tiempo ha pasado pero tampoco le importa. El dolor se hace leve, los ruidos prácticamente son inaudibles, el sopor llega de nuevo.
El pasto la cubre por completo y ella por fin lo entiende.
Patricia Lara Pachón
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