Hogar
Y me sentí en la obligación de convertir lo que tocaba; en eso; en un hogar. Y no es que en él tuviese que haber orden absoluto; no es que los muebles no se cubrieran de polvo a ratos y los rincones se vieran limpios y relucientes siempre; es que en él había la calidez de una mujer sensible y amorosa. Aun cuando algunos intentaron matar el amor que de sus poros brotaba, siempre el nido era un hogar y había primero huevecillos y luego pollos piando. Y los peces desovaban y al instante decenas de ellos, minúsculos buscaban alimento. Y la araña en un rincón dejaba un hermoso bolso que brillaba a la luz de la luna. Y ella misma, en sus brazos arrullaba sus sueños.
Y me sentí en la obligación de convertir lo que tocaba; en eso; en un hogar. Y no es que en él tuviese que haber orden absoluto; no es que los muebles no se cubrieran de polvo a ratos y los rincones se vieran limpios y relucientes siempre; es que en él había la calidez de una mujer sensible y amorosa. Aun cuando algunos intentaron matar el amor que de sus poros brotaba, siempre el nido era un hogar y había primero huevecillos y luego pollos piando. Y los peces desovaban y al instante decenas de ellos, minúsculos buscaban alimento. Y la araña en un rincón dejaba un hermoso bolso que brillaba a la luz de la luna. Y ella misma, en sus brazos arrullaba sus sueños.
Es que el cobijo no es la casa, es el
ser que la habita y la llena de calor y
la hace cálida, amorosa y con olor a hogar.
Patricia Lara P.
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