domingo, 15 de noviembre de 2015

Boda secreta





Tenía apenas 21 años.  Y por esas raras casualidades de la vida. A tan temprana edad, conocí a la mujer más bonita del mundo.
Fue una oportuna visita a un amigo, en un pueblo vecino.
Era una visita sin importancia. Una aventura más en mi vida loca. Como la de cualquier muchacho a mi edad y en mi condición. Soltero, con buena labia, y porqué pecar de humilde, ¡si me veía bien apuesto carajo!
La vi de lejos. Y supe ya, que estaba perdido.
Ella me apunto con su nariz romana y su rostro perfecto. Y con aires de quien se sabe bella, ni siquiera me distinguió del grupo de amigos y no me dio una segunda mirada.
En ese momento pensé que me había vuelto invisible.
Pero no estaba dispuesto a dejarme avasallar.
No en vano corría por mis venas sangre guerrera.
No en vano fue verla y sentir que un rayo me partía y me dejaba tieso.
No en vano la había conocido. No señor.
Fue entonces cuando en dos pasos decidí mi futuro.
-Muy buenas tardes, soy Ricardo, para servirle.
(No sé cómo articulé la voz, pero lo cierto es que lo logré)
Y estiré la mano, seguro para saludarla.
Ella bajó de la nube en la cual flotaba. (Porque ella era como los ángeles, no caminaba. Estaba suspendida del suelo).
Y con la voz más dulce que había escuchado jamás, me respondió.
-Es un gusto conocerte. Me llamo Patricia.
Desde ese día estoy convencido de que los milagros existen. Sí señor.
Y si no, como me explica, que a un año de ese encuentro cósmico estábamos los dos borrachos de amor. Tragándonos la vida a pedazos, a mordiscos, a risas, a llantos de felicidad. Como si el amor nunca hubiera existido y lo hubiésemos inventado nosotros, en aquel instante único y mágico.
Las hormonas hicieron lo suyo.
Y un día descubrimos que estábamos embarazados.
Digo esto, y aún hoy, después de tantos años, me cuesta tragar saliva al recordarlo.
No tenía empleo fijo, la carrera sin terminar y unos padres que la noticia no les haría ninguna gracia. Serian abuelos.
En realidad el problema mayor venia del lado de Patricia.
Y en aquellos tiempos era grave. Ella tenía dos hermanos.
A costa de preservar las vidas (es decir la mía)
Junto con la dama ideamos un perfecto plan.
Ella inventaría una excusa. Huiríamos a un pueblo vecino y nos casaríamos en secreto.
En secreto.
Este último punto era muy importante. No olvidemos a los hermanos de la novia.
Nadie por nada del mundo debería saberlo.
La ayuda de un amigo notario fue fundamental.
Y fuimos a registrar en papeles algo que nosotros dos ya sabíamos:
Que nos amábamos con locura.
Que juntos queríamos caminar, correr, trotar, pelear, descansar, trabajar, criar hijos y mascotas y etc...Por el resto de nuestras vidas.
El día planeado nos presentamos los dos al Registro Civil.
Déjeme permitirme un apartado.
La novia se presentó radiante con un vestido verde manzana, que lo único que me provocaba era morderla.
Y ella seguro me vio guapo. Porque no intentó huir.
Pero bueno, no olvidemos que vivimos en Colombia. Donde el realismo mágico es moneda corriente.
Y sucedió que ese día todo trámite afectado con el poder judicial estaba de paro.
Me imagino que sus reclamos eran justos.
Pero nosotros nos teníamos que casar. Por favor!!!
El juzgado se negaba.
Este día nadie se casaría.
Ni habría actas de defunción (estaba prohibido morirse)
Ni actas de nacimiento (¡tampoco se podía nacer legalmente!)
Estaba llegando a un punto de desesperación, angustia e impotencia.
¿Por qué no nací en un país civilizado? ¡Carajo! Estas cosas en los países nórdicos no pasan!
Entonces otro milagro ocurrió.
Una de las pocas juezas que existían en esa época, escuchó mis ruegos, suplicas y razones del amor. Y tuvo la bondad al fin de casarnos.
Nosotros estábamos convulsionados de felicidad.  Pero el resto de los mortales estaban convulsionados por el paro judicial.
El mundo seguía girando.
Los canales de televisión se agolpaban en la puerta del juzgado para captar cualquier noticia y a ver si los jueces arreglaban sus conflictos
Y ahí estábamos nosotros. La única pareja que logró superar la barrera del no.
Fue así que nuestro casamiento ultra secreto se transmitió por Cadena Nacional.
Nuestras familias y amigos se enteraron por televisión de nuestro enlace.
Y así quedó demostrado una vez más que el amor no sabe de vallas. Y que los milagros, si existen.
-¿No es así, Patricia, mi amor?

Grace Recalde

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