Una historia real.
Se
subió a aquel bus pensando que en unas cuantas horas de viaje llegaría a su
destino. A los brazos amantes de su hermosa familia, y al calor del
abrazo de su amado.
Ella
no sospechó nada. Solo vio casi sin ver a las personas con las que
compartiría esas horas de viaje. Nadie le interesó mucho. Así que
se acomodó en su puesto y se dispuso a dormir todo lo más que pudiera para que
se hiciera más corta la distancia. Dormir profundamente, olvidarse de
todo y solo despertar cuando le avisaran que había llegado a su destino, salir
del bus y abrazarlos a todos. Que alegre es la llegada y que tristes son
las despedidas. -casi todas- La de hoy no era amarga pues era partir
hacía lo conocido, lo amado, lo deseado.
No
bien sintió que se dormía alguien la despertaba diciéndole... "Nos
varamos".
Se
restregó los ojos y se bajó del bus esperando que pudieran solucionar el
problema prontamente y poder partir de
nuevo. Pero no, no había forma; el daño era más grande de lo esperado y
tenían que dar tiempo a que la empresa les enviara un nuevo vehículo con el
cual terminar el trayecto. Ni modo; pensó ella y se dispuso a tener
paciencia.
Efectivamente
al cabo de una hora o más llegó el nuevo auto, en el cual procedieron a subir
las maletas, los pasajeros y emprender de nuevo el viaje. Era un poco más
viejo y más destartalado que el primero pero eso no importaba, lo que si
importaba era llegar a su destino.
De
nuevo se sentó y pensó hacer lo mismo; dormir hasta llegar. ¿Quién podría
pensar que el viaje no sería tan placentero como ella imaginaba? Nadie.
Pero los designios son extraños y
este nuevo bus también se varó... Raro; muy raro pero igual no imposible.
–Para la muestra un botón- pensó.
Otra
espera, otro transbordo y otro sueño que duró bien poco. ¡Raro!
Después de esto cualquier cosa le parecería normal. Una nueva varada, una
nueva espera y ya estaba realmente harta e incluso preocupada pues una varada
se acepta como normal pero tres…
Bueno,
todo era cuestión de darle gracias a Dios porque no eran cosas graves ni
accidentes aparatosos y terribles. Solo que el auto dejaba de avanzar
raudamente por la carretera. Sin más ni qué se detenía y no había forma
de seguir.
En
la empresa de buses estaban espantados. Un grupo de pasajeros “salados”
eran lo que transportaban. Se preguntaban incluso si habría forma de
hacerlos llegar a sus destinos.
Un
nuevo bus y otra varada. Ya no sabían que hacer. Casi todos los
carros de la empresa estaban
descompuestos y a la vera de ese misma carretera y lo que es aún peor llevando
los mismos pasajeros.
Por
fin otro auto se detuvo y se ofreció a llevarlos, con miedo por tener
antecedentes de esos personajes fatídicos pero con la obligación de hacerlos llegar a su
destino.
Entrando
a la ciudad se oye un suspiro unánime. ¡Llegamos, por fin hemos llegado! Se
abrazan entre ellos y dan gracias, se despiden.
En
medio de sonrisas y de tanta alegría se
escucha la voz del conductor que les pregunta: “¿Ahora sí confiesen... quién
era el de la sal?
Entre
todos se miran y una carcajada unánime y feliz llena el lugar.
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