domingo, 3 de febrero de 2013

El viaje en bus


Una historia real.

Se subió a aquel bus pensando que en unas cuantas horas de viaje llegaría a su destino.  A los brazos amantes de su hermosa familia, y al calor del abrazo de su amado.
Ella no sospechó nada.  Solo vio casi sin ver a las personas con las que compartiría esas horas de viaje.  Nadie le interesó mucho.  Así que se acomodó en su puesto y se dispuso a dormir todo lo más que pudiera para que se hiciera más corta la distancia.  Dormir profundamente, olvidarse de todo y solo despertar cuando le avisaran que había llegado a su destino, salir del bus y abrazarlos a todos.  Que alegre es la llegada y que tristes son las despedidas.  -casi todas-  La de hoy no era amarga pues era partir hacía lo conocido, lo amado, lo deseado.
No bien sintió que se dormía alguien la despertaba diciéndole... "Nos varamos".  
Se restregó los ojos y se bajó del bus esperando que pudieran solucionar el problema prontamente  y poder partir de nuevo.  Pero no, no había forma; el daño era más grande de lo esperado y tenían que dar tiempo a que la empresa les enviara un nuevo vehículo con el cual terminar el trayecto.  Ni modo; pensó ella y se dispuso a tener paciencia.
Efectivamente al cabo de una hora o más llegó el nuevo auto, en el cual procedieron a subir las maletas, los pasajeros y emprender de nuevo el viaje.  Era un poco más viejo y más destartalado que el primero pero eso no importaba, lo que si importaba era llegar a su destino.
De nuevo se sentó y pensó hacer lo mismo; dormir hasta llegar.  ¿Quién podría pensar que el viaje no sería tan placentero como ella imaginaba?  Nadie.  Pero los designios  son extraños y este nuevo bus también se varó... Raro; muy raro pero igual no imposible.  –Para la muestra un botón- pensó.
Otra espera, otro transbordo y otro sueño que duró bien poco.  ¡Raro!   Después de esto cualquier cosa le parecería normal.  Una nueva varada, una nueva espera y ya estaba realmente harta e incluso preocupada pues una varada se acepta como normal pero tres…
Bueno, todo era cuestión de darle gracias a Dios porque no eran cosas graves ni accidentes aparatosos y terribles.  Solo que el auto dejaba de avanzar raudamente por la carretera.  Sin más ni qué se detenía y no había forma de seguir.
En la empresa de buses estaban espantados.  Un grupo de pasajeros “salados” eran lo que transportaban.  Se preguntaban incluso si habría forma de hacerlos llegar a sus destinos.
Un nuevo bus y otra varada.  Ya no sabían que hacer.  Casi todos los carros de la empresa  estaban descompuestos y a la vera de ese misma carretera y lo que es aún peor llevando los mismos pasajeros.
Por fin otro auto se detuvo y se ofreció a llevarlos, con miedo por tener antecedentes de esos personajes fatídicos  pero con la obligación de hacerlos llegar a su destino.
Entrando a la ciudad se oye un suspiro unánime.  ¡Llegamos, por fin hemos llegado!    Se abrazan entre ellos y dan gracias, se despiden.
En medio de sonrisas  y de tanta alegría se escucha la voz del conductor que les pregunta: “¿Ahora sí confiesen... quién era el de la sal?
Entre todos se miran y una carcajada unánime y feliz llena el lugar.

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