martes, 8 de enero de 2013

Un día especial



La mañana del siete de enero prometía un día diferente. Así pensó Leticia al preparar su vuelo matinal. Y, de hecho, así fue, pero no como ella lo habría soñado: al salir, se topó con un señor bastante malhumorado que de un manotón la hizo ir a dar contra una ventana. De camino a su trabajo, en el basurero local, no dejaba de pensar que su día sería diferente, podía sentirlo de tal manera que todos su vellos se erizaban de sólo volver a asomar la idea. Ya en el trabajo, afanosa como era, se dedicó como ninguna otra a seleccionar los mejores montones de basura; era toda una experta y siempre lo había demostrado, así que hoy no sería la excepción. 


Ya al final de la jornada, en la tarde, luego de un descuido involuntario, tropezó de frente con un rociador áereo de insecticida. Luego del sopor y el mareo inicial, siguió su trabajo con ahínco, era muy resistente y un simple olor fuerte no iba a detener su vuelo; además, ya estaba por terminar su turno y pronto se reuniría con sus compañeras en el callejón sin luz. Le prometieron un festín y ella no se lo perdería por nada del mundo. Culminadas sus labores, Leticia –entusiasmada y contenta- decidió tomar un atajo en el camino a su fiesta nocturna. Estaba un poco cansada y con algo de mareo. Debía ser por el insecticida que inhaló, ¡cosa rara!, porque no solían afectarla mucho los químicos y ya estaba bastante acostumbrada a ellos. No voló por las rutas normales, quería evitar el tráfico y las corrientes súbitas de aquella noche fría. Volvió a sentirse cansada y decidió acortar aún más el camino, atravesando por una casa. De pronto, le falló la respiración y un ligero mareo la hizo tambalearse; se sintió desorientada cuando de pronto una joven apagó las luces. Dio varias vueltas buscando ubicarse nuevamente, se recostó por unos instantes de una gran pantalla iluminada y trató de continuar cuando, de pronto, sintió un impacto avasallante. Y ya no pudo levantarse para continuar. Leticia intentó moverse con las pocas fuerzas que le quedaban pero, al voltear para ver por qué su cuerpo no respondía, alcanzó a ver parte sus entrañas esparcidas a poca distancia. ¡Sí, al fin éste sí era un día especial, no se había equivocado aquella mosca tan perspicaz! Era el día para morir a medianoche, de un manotazo involuntario, en la brillante pantalla de una minilaptop, a escasos metros de su destino!

No hubo funeral, nadie se enteró de su muerte sino hasta días después, cuando sus compañeras consiguieron su cuerpo desmembrado en una bolsa en el basurero… ¡Y fue todo un festín para sus amigas!


B. Osiris B.

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