No era por dárselas ni nada; pero él
se sabía el pez que más nadaba en esa cañada. Por eso todas las lindas y pizpiretas
pececitas suspiraban por no decir "morían" por él.
Un día... salido de quien sabe dónde
apareció por esos lados un "nuevo" vecino. Morenote él, alto...
perdón; largo, garboso, ojos negros profundos, un lindo mostachito a juego y
unas aletas que brillaban con la luz que se colaba por entre las ondas de las
aguas claras.
Era todo
un espectáculo mirarlo ir y venir presuroso de su cueva a las
márgenes de la cañada y de regreso. Muchas de las lindas pizpiretas
dejaban de hacer lo que hacían y suspiraban mirándolo. No se les caían
las babas únicamente porque babas no tenían pero de haber tenido;
otro gallo cantaría en el corral... Perdón de nuevo. Otro pez nadaría en
esas charcas.
Él no prestaba atención a ninguna de
las lindas pizpiretas pues su corazón pertenecía a la niña aquella que recogía
flores al lado de la cañada. Blanca ella, cabellos castaños y la más
hermosa obra de la creación que pez alguno pudo haber visto sobre la faz de la
tierra y sobre las profundidades de las aguas claras primero y oscuras luego.
La niña no se había percatado de que
aquel adonis la observaba y menos que la amaba. Pero un día el joven
terrenal que por ella suspiraba lo vio y decidió obsequiar a su amada con esa
joya tan preciada.
Se dio a la tarea mañana tarde y
noche de observarlo y cazarlo. De haberlo logrado nuestro galán habría
vivido feliz al lado de su amada en un hermoso cuenco de cristal. Pero…
Primero intentó el enamorado, con una
red cazarlo pero el veloz pececito huyó
y no logró atraparlo. Luego con un anzuelo en el cual saltaba una
hermosa, gorda y lustrosa lombriz pero ni así.
Harto ya y cansado de su audacia el
jovenzuelo enamorado con lanza en ristre y desde un árbol desde el cual no
podría ser mirado dio caza al pequeñuelo y con papitas fritas y cebollas al
gratín lo sirvió a su enamorada un día muy feliz.
De este modo los dos jóvenes hermosos
lograron penetrar al interior de su amada. Uno le llenó su barriguita
bella y el otro logró adueñarse de su puro corazón.
Y titurin titurado este cuento ha
terminado.
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