miércoles, 16 de enero de 2013

Eulalio

Conocí a un hombre. O lo que creí que lo era (con el tiempo pude notar que apenas era la sombra de uno). Siempre me movió a risa su necesidad de destacar el título profesional que ostentaba; en la oficina a todos –sin excepción- nos abordaban la risa y la lástima al ver aquella constante demostración pública de necesidad de reconocimiento no vinculado a su persona sino a un papel, al título de una profesión que, dicho sea de paso, no ejercía ni de oficio. Por esta razón se hacía difícil comprender esa dicotomía entre el “soy tal cosa” y el “mírenme como no ejerzo la tal cosa que soy”. Al tiempo lo entendí: la persona que era Eulalio tan poco tenía para ofrecer, que se postulaba en todo espacio público y privado, ostentando el título que había logrado no por puro mérito propio, sino por “recostarse” oportunamente de una amiga que “lo graduó”. Un buen día se descubrió por completo su pusilanimidad y capacidad rastrera. Justo en esa fecha pude agradecer con absoluto convencimiento el hecho de que se jactara tanto de su profesión –la que sólo le servía como tema de conversación en reuniones de equipo, pero muy poco para su ejercicio profesional- , pues pude ver cuán distante estaba de llamarse docente y cuán a salvo estaba yo de llamarlo ¡colega!... ¡Toda una bendición!


B. Osiris B.

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