No se le pueden pedir peras a un Olmo
Octavio el Octavo yacía plácidamente recostado en el tronco de su Olmo. Lo consideraba suyo ya que todas las tardes lo visitaba, le ponía agua con nutrientes y ocultaba en sus raices muchos de sus tesoros. El Olmo altivo, dominaba desde un montículo el parque cercano a la casa de Octavio, y desde su ubicación especial observaba a su amigo por la ventana en el cuarto que compartía con sus hermanos. Era un amor mutuo. Octavio hablaba con su buen amigo silencioso. El Olmo únicamente lo escuchaba y se enteraba de los secretos del muchacho.
El Olmo se enteró de los planes de Octavio, guardó entres sus raices por unos días el mapa que lo conduciría a la calle ochenta y ocho.
Deseoso de no abandonarlo, floreció copiosamente y le proporcionó a su amigo unas semillas hermosas.
El Olmo sabía que era la única forma de acompañarlo.
Patricia Lara Pachón
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