Compañeras
Nuestro querido Octavio el Octavo habitaba apaciblemente su casa ochenta y ocho con Octavio. Eran compañeros desde que Octavio había sido llevado al río para disponer de su cuerpo con la solemnidad que se requería.
Ahora en la casa veintidos se disponían a hacer lo mismo. Así que los avisos de acceso a la calle se habían hecho un poco más visibles; no demasiado para no atraer personas indeseables.
Octavio por su parte iba apreciando los cambios que ocurrían, pero al no haber estado mucho tiempo allí, no sabía que era normal o cotidiano.
Además del framboyán, de las macetas de margaritas, de la llegada de Kaiser y de la minúscula rajadura que apenas si se apreciaba en medio de la calle, Octavio empezó a ver una fila de hormigas doradas y casi invisibles que construía un nido en el patio de su casa. Amaba ver esos animalitos en constante movimiento ir y venir trayendo algo así como rocas translúcidas con alguna iridiscencia ¿Azúcar quizá? El trataba de verlas sin que los demás lo notaran, no quería perder ese milagro en su vida tan sin expectativas o ilusiones.
¿Será que Octavio el Octavo no estaba realmente preparado para la calle ochenta y ocho?
Patricia Lara Pachón
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