Al tomarle las manos las sintió húmedas; heladas, recordó entonces su infancia en las tierras frías. Cuando salía muy temprano en la mañana a ver las huellas de los caracoles y babosas, para seguirlos, tomarlos en sus manos y jugar un rato con ellos. Fue una niñez trágicamente igual a esa sensación momentánea. Que de todas formas no le pareció en ese mismo momento dolorosa, ya que los ojos que observaba, eran brillantes y a pesar del miedo atrevidos.
Olvidó entonces esas manos y se dedicó a ver sus ojos, su respingada nariz y su boca humeda y dispuesta al beso.
En ese mismo instante la infancia y juventud se vieron venturosas. Le habían conducido a éste instante y por lo tanto, todo había valido la pena.
Patricia Lara P
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