*Cuentos de la Cuarentena*
*_La Mano Política_*
No tiene ojos (ni ve), por tanto, es incapaz de percibir el temor, la frustración y la ira de quienes la estrechan. No sabe de solidaridad, pero si se apura a cargar una que otra bolsa de alimentos, medicinas o... ¡Ah, mira, un juguetito! (que este me lo quedo para mi sobrino, total, estos que nada tienen, no teniendo, no lo van a echar en falta). Y entra en el bolsillo, la mano, para guardar.
Toca puertas con insistencia, "que abra vecina, vecino, que es jornada de ayuda". Esta última palabra es llave que -con o sin miseria- abre puertas, pues la esperanza es su aliada inocente y silenciosa. Toca con fuerza, silba y, si está a mano, usa el nombre de algún miembro de la familia, para generar confianza: "Abre, Ludmila, que venimos a darte algunas, cosas y a saber como están".
Ludmila, suelta la máquina de coser. De la fábrica no la han llamado desde hace tres días (¡imagínate tú, chica, cerrar una fábrica completa para desinfectar porque se murió un vigilante, esto es fin de mundo!) y, aunque la fiebre es una molestia, debe terminar este encargo de la vecina, que algo dará para la comida de esta semana, completando lo que Javier, Renzo y Analía puedan traer. Se seca el sudor de la frente y, como al tanteo, busca sobre la mesa el tapabocas reusable, de su propia confección. Lo encuentra debajo de unos patrones. Al tomarlo, recuerda que ya toca lavarlo, cuando llegue el agua en la madrugada, con un poco del detergente en polvo que aún queda debajo de la batea. Suelta el tapabocas en la orilla de la mesa. No recuerda para qué lo quería ("¡esa vaina es tan asfixiante!), pero en un momento la voz extrañamente amigable detrás de la puerta se lo recuerda: ¡la ayuda! Con un andar vacilante va a la cocina a servirse un poco de agua. Se ahoga con el último trago (¡lo que le faltaba, pues!), tose con fuerza, pero se esmera en tapar su boca para no emitir ruidos que puedan asustar a los inesperados visitantes. Limpia la humedad de su boca con el dorso de su mano y regresa hacia la puerta. De camino, toma el tapabocas, lo sacude y se lo coloca en su lugar, dejando parcialmente asomada la punta de la nariz y una fracción de sus fosas nasales.
La mano política vuelve a tocar (¡a la tercera, va la vencida!). Se entreabre la puerta y una Ludmila sudorosa se asoma, acicalando un poco su cabello y volviendo a limpiar el incipiente sudor en su frente y nariz.
La mano política la saluda por su nombre, ofrece gel antibacterial "de alta pureza" (de ese que pocos tienen porque, o es un poco de comida, o un gel, y más vale prevenir el hambre, que lamentarla) y, luego de cerciorarse de que Ludmila se lo aplique a conciencia, estrecha su mano: "¿Puedo pasar?.. bueno, si no podía, ya estoy adentro... ¡Por aquí, muchachos -le indica a su "equipo", que trae unos alimentos y medicinas cuyas fechas de vencimiento los hijos de Ludmila verán más tarde que datan de un año atrás-, vengan, que estamos con gente buena, ¿verdad, Ludmila?... Vamos a tomarnos una fotico aquí, con la vecina... ¡No, pero quítense el tapabocas, que se vea que somos nosotros!.. aquí, ven Ludmila, que estamos en confianza, yo estoy sano, tú y los muchachos también, así que pa'lante" (que no, lo del contagio no importa, si al final esta gente de algo ha de morirse). Y la mano política allí, retira su tapabocas, sonríe, toma la foto y estrecha manos.
Ludmila suda, la mano cree que es por nervios, seguro que esta pobre mujer no había estrechado a una mano tan popular e importante nunca antes. "Bueno, Ludmila, te dejamos, que el camino es largo, que te aproveche la comida... Y no olvides que te esperamos en el centro de votación, tu voto es importante para nosotros". La última frase se pierde en el pasillo, mientras el grupo emprende camino hacia otra puerta.
Ludmila se pone el tapabocas al ir a cerrar la puerta y, dándose cuenta de lo absurdo del gesto, se lo quita con un ademán de rabia y lo arroja sobre la mesa. Vuelve a secarse el sudor y se apresura hacia la máquina, a ver si da tiempo de terminar antes de las tres. Se tambalea por ese cansancio raro que la fastidia hace dos días.
En la puerta, nuevamente, hay un grupo. Nadie toca a la puerta, no es necesario. Está abierta y uno que otro vecino se atreve a entrar, más por morbo que por afecto o solidaridad. Los comentarios aturden a Javier... Dos días con sus noches tiene el cuerpo en la sala, no ha habido forma de que lo retiren... Dicen que fue el virus, pero ¡quién sabe!... Mira a esos muchachos como están desconsolados... Sí, claro, como su mamá, los tres son bien trabajadores, es que Ludmila los crió bien...¡Nooo, mija, con eso no pagan ni la ambulancia!... Chica, ¿y no habrá quien les dé una mano?
Una mano se extiende hacia la barandilla de la cama en una clínica de renombre; toma su tratamiento, al tiempo que lee en el diario los resultados de las elecciones. ¡Ganamos, carajo! Tose un poco. Come una fresa del arreglo frutal que le llegó esta mañana, no sin antes untar muy cuidadosamente sus manos con gel antibacterial "de alta pureza" (de ese que pocos tienen porque... ¡ya ustedes saben!). Se yergue y baja de la cama. Camina despacio hacia el ventanal y mira, en la lejanía, lo que será su ámbito de gobierno. Regresa lentamente a la cama clínica La mano tiembla. Otra pinta de gel, antes de la siguiente fresa, no, ¡mejor un trozo de kiwi, que ya la fresa aburre!. La mano reposa en el bolsillo de la bata de seda en la certeza de que todo va a estar bien. Lentamente se sube a la cama, ajusta su posición con los sensores laterales, toma el control del Smart TV y busca una comedia que le alegre el rato... ¡Sí, definitivamente, todo va a estar bien!
B. Osiris B.