Hay una canción que dice: “Aprendí a llorar en silencio", algunas personas aprenden a llorar sin lágrimas, a no mostrar los sentimientos, a ocultarlos a todos, incluso a sí mismos.
Por eso son tachados de duros, de personas sin sentimientos ni emociones. Lo cual para nada es cierto. A lo mejor; bloquear incluso el gesto es doloroso, impensable para muchos e inalcanzable para otros más.
Ella jamás lloraba. Desde niña le enseñaron a evitar las lágrimas, entre otras cosas porque no solucionaban nada y el muerto se quedaba muerto de todas formas y el florero roto y la comida quemada, etc. También porque se afeaba tanto que no deseaba ser un monstruo frente a propios o extraños.
Ella no derramaba lágrimas ni de tristeza ni de alegría. Tal vez algún bostezo le hacía aflorar una gota que rápidamente retiraba de sus ojos con un gesto disimulado. Algunos pensaban que engordaba por comer mucho, por no poder parar de consumir golosinas y demás, ella pensaba que la ansiedad la dominaba y por eso comía galletas, papitas fritas, leche, pan y otras delicias.
Pasó el tiempo y ya no cabía en la silla en la que se sentaba y la cama estaba sostenida por ladrillos para poder soportar su peso monumental y la mofletuda cara sonreía como una máscara perpetua; pero jamás se permitía que por ella se deslizara una lágrima.
Además seguro no sería una lágrima de agua salada como las del resto de la gente conocida, muy seguramente una gota de aceite sería lo que se deslizaría por su tersa piel. Había visto llorar de esa manera a los robots de las películas y casi como tal se sentía.
Un día sin motivo aparente un surco de agua suave y delicado corrió desde sus ojos por sus mejillas y no paró hasta dejarla convertida en un amasijo de piel y huesos. Dos ojos negros y brillantes observaban desde el nudo aquel. No era grasa lo que tenía acumulado por siempre en su cuerpo sino agua.
Ahí estaba ella arrugada, empequeñecida y en medio de un charco que lentamente se secaba con el sol y el viento.