miércoles, 14 de julio de 2010

Algo raro

Algo me impelía a realizar aquel viaje, un ente superior guiaba mi camino hacia lo desconocido.  Así que después de haberlo pensado mucho, de haberlo discutido con familiares, amigos e incluso con desconocidos que coincidían conmigo en un bar o un parque, vendí todas mis posesiones terrenales. Compré las cosas más indispensables e inmediatas y metí en mi auto el efectivo restante y una pequeña valija con unas cuantas prendas de vestir y unos objetos para mí invaluables.  Unos pocos  pesos que no serían suficientes para vivir cuando menos un año –intuía- fue lo que logré de la venta de todo lo demás.  Pensaba que podía conseguir empleos temporales o incluso trabajar por techo y/o comida en los lugares de paso.  Lo que sí era seguro era que tenía que partir inmediatamente.
No necesitaba un mapa o un guía pues sin saber para donde iba tenía en mi mente la ruta bien establecida.  Casi que conocía los rostros de las gentes con las que me vería.  
Me llamaron loco, me suplicaron que no lo hiciera, me explicaron que tenía una vida, un trabajo, familiares y amigos y que no debía abandonarlo todo.  Pero nada de eso fue suficiente para cambiar la idea que taladraba mi mente.  No era algo que yo "deseara hacer", era algo que yo "debía" hacer, “tenía” que hacer.
No me despedí de nadie.  Es más tratando de no encontrar obstáculos partí antes de lo previsto y sin llamar demasiado sobre mí su atención, no deseaba mas reclamos o quejas y mucho menos lágrimas.
La carretera se abría ante mis ojos y yo me abría al mundo sin pensar en nada más, sin temer abandonar a nadie e imaginando lo maravilloso que sería lo que me esperaba.  
Crucé ciudades, parques, pueblos enteros.  Atravesé puentes y ríos, todos los climas posibles, subí montañas y recorrí valles, llanuras y conocí mucho, mucho camino.
Por más mundo que recorría no lograba llegar a mi destino, lo cual extrañamente no me desesperaba nada.  Era un camino largo para llegar a un lugar esperado, seguro, magnífico indudablemente. Paro en sitios lo indispensable, la gente ni me observa siquiera. Soy uno más en un mundo sin identidades, sin afectos.  Soy un número que entra y otro que casi inmediatamente sale.
Sin aviso posible entro a un pueblo pequeño, lleno de árboles, de aves, de niños y de viejos en el parque, en las calles hay gente. Me detengo un instante y siento que los ojos se posan insistentes en mí.
Decido continuar pero tengo hambre.  Miro en mis bolsillos y ya es muy poco el efectivo del que dispongo, no tengo con qué comprar comida en un restaurante pero muy seguramente en el supermercado podré comprar un refresco y un paquete de algo para satisfacer mi apetito.
Detengo el auto y entro a la tienda más cercana.  De pronto explotan globos y caen serpentinas y escucho un timbre muy fuerte y alguien con micrófono grita estridente: “El señor es el cliente un millón”.
Sorprendido no sé qué actitud asumir.  No sé si sonreír o hablar, solo miro a los lados, las personas me observan con atención, hay risas en sus labios pero sus ojos miran sin ver como alelados.  El del micrófono me habla, me dice que tengo derecho a llevar compras hasta un monto determinado sin pagar por ellas ni un centavo, explica que lo único que tengo que hacer es posar para una fotografía que quedará inmortalizando él momento en un muro de honor del almacén.
Me enseña una pared con unas cuantas fotos de personas que ya han recibido el honor y el premio.  Hay fotografías de muchos años atrás, en una secuencia magnífica, hasta llegar al momento actual, incluso un portarretratos está listo y esperando mi foto.
El individuo me acompaña por todo el almacén mientras selecciono las cosas que deseo llevar conmigo, incluso me ayuda a ir llevando las cuentas para no exceder el premio establecido.  Vamos luego hasta una de las cajas registradoras y empacan cuidadosamente mis artículos.  Ya obtenido mí premio debo posar para la foto.
Al fondo del establecimiento hay un cuarto, debo entrar en él para que me tomen la fotografía que luego estará para siempre exhibida en la pared del almacén.  Esta muy oscuro todo, siento un poco de opresión en el pecho y de pronto una luz brillante me deslumbra.  Algo me aplasta, me comprime, siento que pierdo el conocimiento por unos cuantos segundos al cabo de los cuales me despierto.  Desde mi ángulo visual veo completo el almacén.  Estoy petrificado, no puedo moverme, ni parpadear siquiera. Y un cúmulo de gente se aproxima a observar la fotografía del nuevo cliente un millón.

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