sábado, 1 de mayo de 2010

Llorando

Un día ella despertó llorando. No sabía por qué. No entendía los motivos. Lo único que ella podía saber y entender era que no lograba parar de llorar.

Lloró toda la mañana y al medio día aun se encontró llorando, en la tarde continuó llorando y en la noche se durmió llorando más y mejor.

No tenía un motivo por el cual hacerlo, pensaba en ello y lloraba. Y lloraba y pensaba; pero nada. Ojala hubiera podido saber por qué lo hacía.

Al otro día en la mañana al abrir los ojos notó que la almohada estaba mojada y que sus ojos se inflamaban más y mejor, pues... seguía llorando.

Ya estaba harta, no quería continuar así, pensaba que si hubiera un motivo estaría bien, pero... No lo había.

Llamó a su madre y le contó lo que le sucedía y ella le recomendó que suspirara profundo y tomara agüita, su amiga tampoco pudo darle un consejo adecuado y menos su hermana. Y ella ya enloquecía y se ahogaba en lágrimas. Había desistido de pañuelos y ahora usaba una sábana de su cama para enjuagar tanta agua.

Fue al doctor y él no supo encontrar médicamente hablando problema alguno y mucho menos solución. Le recomendaron un psicólogo muy bueno, acudió a él pero adivinen qué... Nada. El escarbó en su infancia, en su juventud, en sus amores y desamores, en la situación económica, incluso en la situación del país. Buscó también en sus vidas pasadas y no había motivo aparente para tanta lágrima. Fue a donde la bruja Domitila y por más que ella le echó humo de tabaco, le leyó las cartas y el "cuncho" del café no logró dar con su mal. Tampoco pudo hacerlo viajando por el mundo. Nada; sus lágrimas no cesaban de correr por sus mejillas, y estas se encontraban mustias y enjutas. Se llenaban de arrugas y envejecía.

Acudió a Dios, le pidió a cada santo que le recomendaron como milagroso pero cada momento era más el arrollo de lágrimas que se volvía río y terminaría con su vida convertida en mar. Temía por sus ojos ya cansados y pensaba que terminaría deshidratada y como una pasa de tanto llorar. Acudió a payasos, magos, titiriteros y nada.

Un día agotada ya de buscar afuera, decidió buscar adentro y descubrió que las lágrimas brotaban de un corazón triste y arrugado, un corazón mustio de soledad. No necesitaba adivinos ni brujas, ni médicos o psiquiatras. Necesitaba entender que solo el amor curaría ese manantial que la dejaba seca y marchita.

Solo el amor secaría sus lágrimas y acompañaría su soledad. Se preguntó entonces: ¿Salgo a buscarlo o lo espero? A lo mejor se había cruzado con él en el camino buscando la cura para sus lágrimas pero no lo había notado pues no era lo que pensaba que necesitaba.

¿Cuántas veces buscamos lo que no es importante y descartamos lo que sí lo es?

¿Cuántas veces habremos dejado en el camino la felicidad por andar en pos de espejismos?

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