miércoles, 26 de mayo de 2010

Acepto

Nada más verla en aquella iglesia, triste, gris, desamparada y tan asustada, casi acurrucada en un rincón y tiritando de frío o quizás de miedo, sintió que debía amarla por siempre y para siempre. Que debía protegerla evitándole desde ese mismo momento tanto terror y miedo.

Pensó inmediatamente en que era amor a primera vista lo que había sentido por ella y el mismo se convenció de tal cosa, y por lo tanto y con el mismo fervor y credulidad llegó a hacerla a ella confiar en él y en su amor. Ella se creyó perdidamente enamorada y sintió que llegaba a un buen puerto.

Pronto, muy pronto se casaron y formaron una pareja respetuosa y amorosa que al cabo de un tiempo se constituyó en familia con la llegada de un nuevo miembro. Una preciosa niñita fue el orgullo tanto del padre como de la madre y del resto de la familia.

Ella había olvidado los temores que antaño la acompañaban y ahora con su esposo y su niña recorría un camino de plena felicidad.

Cada día él le repetía al oído y con susurros que la amaba por siempre y para siempre y que cuidaría de ellas por los siglos de los siglos.

Pero; curiosamente el amor se acaba y lo que él consideró amor eterno se transformó en tristezas y dolores. Ya no sentía amor por ella, y se le estaba convirtiendo en un estorbo entonces se dio cuenta tardíamente quizá que no era la mujer de su vida. Sus ojos se abrieron a otros amores, su cuerpo deseaba otros calores, su olfato buscaba fragancias diferentes, más pasionales tal vez y ella era tan insignificante, tan poca cosa, tan sosa que hasta lástima daba.

En ese momento comprendió que eso fue lo que sintió por ella desde el primer instante. Ella le había producido lástima, la imaginaba como un cachorro perdido y sintió deseos de cuidarla; pero ahora era un estorbo en su vida.

Su hija, el amor de su vida como padre claro está no lograría atarlo a una mujer que ahora detestaba. Una mujer que siempre había sido gris; una sombra. Y que comparada con las demás siempre salía perdiendo.

Optó por salvarse a sí mismo y dejarlas, lógicamente seguiría velando por las dos; en ese momento el complejo de culpa lo abrumada y no deseaba hacerlas sufrir, pero con el tiempo y la lejanía hasta eso se acaba y ya no deseaba seguir haciendo parte de la vida de ambas, de la niña sí, eso era seguro de su mujer jamás.

Ella intentó continuar con su vida y pensó que seguro en el mundo había alguien para ella, que la vida con su separación no se acababa y que ella podría rehacerse, rehacer una vida normal de pareja, familia.

Cuando él se enteró ya no le pareció tan agradable, pensó que ella era la madre de su hija y que debería dar ejemplo, y cortó con la colaboración económica que era lo único que aun los ataba, tratando con eso de lograr mantenerla subyugada, le pidió, exigió mejor que ella asumiera los gastos propios pues ya el no alcanzaba y que si tenía novio o marido pues a él le correspondía entonces asumirla a ella e incluso a la hija de los dos.

Pero tampoco pudo soportar saberla ajena, no deseaba que nadie más se le acercara, que nadie más la deseara, que nadie más la tocara y le exigió terminar la nueva relación. Lógicamente ella no estuvo de acuerdo pues el exigía todo sin dar nada a cambio. Deseaba verla sola, sufriendo como cuando la conoció, cuando prometió cuidarla y protegerla.

Cansada lo enfrentó sin saber que estaba armado y que la mano que empuñaba el revólver era la misma que la había cuidado antes, la misma que la había acariciado antes, la misma que puso el anillo en su dedo y que con caricias y mimos le había prometido protección.

Lo último que vio ella fue al hombre que había jurado ante Dios y ante los hombres cuidarla y protegerla quitándole la vida ahí, en su casa y frente a su hija.

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