miércoles, 21 de mayo de 2025

Soy el número ocho

Soy el número ocho


Mi nombre es Octavio, soy el número ocho de  una familia muy numerosa. Me crié entre el bullicio alegre y los gritos enervantes de padres y hermanos. Me acostumbré al silencio de las librerías y las bibliotecas, eran por decirlo de alguna manera los oasis a los cuales escapaba cada vez que podía.

Un día, entre tantos encontré en un libro enterrado en la parte mas oscura de la librería de la Octava, un mapa que casi se deshacía entre mis dedos al tratar de abrirlo para leerlo.
Me asombraron las indicaciones que el papel contenía, así que temiendo que se terminará de romper, lo puse con sumo cuidado en el escritorio y procedí a copiarlo con el rigor que me pareció, merecía. Dejé el original en donde lo encontré y doblé con cuidado mi copia. Pensé que lo guardaría como una anécdota para contarle en un futuro a alguien o, quizá y sólo quizá, para incluirlo en un libro que estaba en mis sueños futuros. Pero no, no lograba olvidarme del dichoso mapa. Así, que me dí a la tarea de investigar en más libros e imaginar llegar a aquel fantástico lugar.
El volcán en el que al parecer existía una calle larga, en la cual todo sería paz y tranquilidad.
Por fin, y luego de mil pesquisas logré ubicar el sitio. Así que procedí a introducir en un morral no demasiado grande, las cosas que a mí parecer requería para empezar aquella aventura.
Quise compartir mi periplo con alguien, pero a pesar de ser mi familia enorme, no contaba con la aprobación de ninguno y mis únicos amigos eran los libros. 
Armándome de valor inicié mi travesía lleno de ansiedad, alegría e incluso temor.
Llegué al volcán no sin pocas dificultades y armado de hacha y machete me dí a la tarea de ir abriéndome camino en aquel espeso bosque. Sentía yo, que era imposible el regreso, ya que casi tan pronto arrancaba de cuajo una rama, otra crecía casi frente a mis ojos. Luego de mucha lucha encontré el túnel, tremendamente oscuro y después de horas de recorrerlo llegué al puente sobre un río casi en pausa. Y ahí frente a mis ojos se abrió esa calle majestuosa, plana, blanca.  Ingresé allí como a un templo, caminé despacio observando cada cosa, la simetría, la exactitud en los detalles. Cada cosa igual a la otra. Conté y observé que eran 88 casas, de pronto de cada una de las puertas emergieron dos personajes. A la derecha dos hombres y a la izquierda un par de mujeres. La similitud era impresionante. Al final de la calle un hombre sólo tan idéntico a mí,a Octavio, me esperaba.
...

Patricia Lara Pachón 

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La familia