miércoles, 21 de mayo de 2025

El Octavo desaparece

El Octavo desaparece


¡Dios mío! ¡Qué voy a hacer! Este muchacho no aparece. Lo he buscado por todas partes, le pregunté a su amigo y dice no saber nada. Me cuenta que lo notó extraño la última semana, pero afirma que Octavio era un hombre callado, siempre metido en sus pensamientos. La nariz clavada normalmente entre un libro. Novia no tenía, me dice; es más, jamás le había expresado que le gustara nadie, ni hombre ni mujer. Él, el amigo, también estaba asombrado por la ausencia de Octavio.
Yo echaba cabeza pensando en la última semana, en el último día y no lograba encontrar motivo alguno.
Ese día, el día en que desapareció; se había despertado a la hora acostumbrada, y ya uno de sus hermanos estaba usando el baño. Octavio gritaba casi histérico, luego, su aullido me hizo saber que le había tocado el agua fría. Desayunó como siempre; cereal y leche. Sorbió un tinto negro e hirviente y dió un respingo de dolor al quemarse los labios. Salió a la hora acostumbrada con un morral que, supuse, contenía sus libros. Pero no, en él llevaba una muda de ropa. De eso me enteré después. También ví que faltaban de la alacena un par de latas de atún y de frijoles y también unas dos de botellas de agua. Obviamente no era suficiente alimento para una semana de ausencia, menos para las dos que ya llevaba.  Yo, le decía todas esas cosas a mi viejo que se tomaba una cerveza en el sofá de la sala, pero era como si  hablara sóla. Él, mi esposo, también estaba muy angustiado por la desaparición de nuestro hijo Octavio. Decía, más para él que para mi: Lo ví la noche anterior y lo noté más callado que siempre, miraba sin ver y parecía que prestaba atención a lo que yo le decía, pero en realidad estaba más ensimismado que nunca. Me dió un abrazo apretado, y me dijo que me quería, y se fue a la cama como todas las noches. ¡Ah! Sí, me preguntó por la navaja multiusos que era herencia de mi papá y me la pidió prestada para usarla en un trabajo que tendría al día siguiente. Se la entregué en sus manos, lo miré fijamente y le recordé que debía cuidarla muy bien. Noté tres días después que el machete que tenía en la funda detrás de la puerta de la cocina no estaba. Y la lima para afilar tampoco. ¿Dónde andará ese muchacho padre santo? Que Dios lo proteja de todo mal y peligro. Intenté, Rosalba, poner el denuncio por su desaparición, pero Octavio ya es mayor de edad y la policía piensa que se fue por su propia voluntad. Ya no sé que más hacer. ¿Qué hacemos mija? Me dice el viejo tomando otro sorbo de cerveza ¿En qué nos equivocamos? Ya no se que camino coger, que puertas tocar.
José y yo nos miramos fijamente y guardamos un profundo silencio.

Patricia Lara Pachón 

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