Escondido en su regazo, Sarelda conserva el último de
sus unicornios que duerme plácidamente al cobijo de su fiel compañera de
aventuras. Cada día, al caer la tarde, ella lo despierta y, juntos, emprenden
el vuelo. Se elevan hacia el poniente entre risas y cabriolas, relinchando y
saltando de una a otra nube. Nadie en el asilo nota su ausencia y creen que su
sonrisa es triste y vaga, que perdió la cordura por la falta de visitas de sus
hijos. Pero ella no se queja, pues ya no los recuerda y nadie como Sarelda sabe
lo bien que se siente cabalgar en el lomo de un hermoso unicornio, dejando
estelas de polvo de hadas tras de sí. Hoy es miércoles, día de visitas, lo que
Sarelda ignora por completo. Aun así, acicala a Tobías, el unicornio azul que
yace en su regazo, y se prepara muy temprano. Está exultante, pues hoy toca
visitar el templo sagrado de los elefantes, detrás del poniente. Suena la
campanilla anunciando la visita y Sarelda, amazona del ensueño, galopa en pelo
a un brioso Tobías. Rumbo al poniente, sonríe, sacudiendo al viento su
cabellera y algo que suena a tristeza. Una lágrima furtiva escapa por su
mejilla y, en mágica alquimia renovadora, se convierte en una brillante estela
de polvo de hadas. Sarelda y Tobías cruzan el horizonte... lejos se oyen
campanillas sonar. Sarelda invita a Tobías a cruzar un lago cristalino y seguir
viaje a lo desconocido. Tobías, encantado por la propuesta, galopa veloz
rozando el agua helada. Llega la ambulancia al ancianato. Carreras. Paramédicos.
RCP fallida. Tobías y Sarelda, carcajeantes, se pierden en la lejanía. Llueve
polvo de hadas en la ciudad.
B. Osiris B.
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