sábado, 20 de junio de 2015

Ensoñaciones




Escondido en su regazo, Sarelda conserva el último de sus unicornios que duerme plácidamente al cobijo de su fiel compañera de aventuras. Cada día, al caer la tarde, ella lo despierta y, juntos, emprenden el vuelo. Se elevan hacia el poniente entre risas y cabriolas, relinchando y saltando de una a otra nube. Nadie en el asilo nota su ausencia y creen que su sonrisa es triste y vaga, que perdió la cordura por la falta de visitas de sus hijos. Pero ella no se queja, pues ya no los recuerda y nadie como Sarelda sabe lo bien que se siente cabalgar en el lomo de un hermoso unicornio, dejando estelas de polvo de hadas tras de sí. Hoy es miércoles, día de visitas, lo que Sarelda ignora por completo. Aun así, acicala a Tobías, el unicornio azul que yace en su regazo, y se prepara muy temprano. Está exultante, pues hoy toca visitar el templo sagrado de los elefantes, detrás del poniente. Suena la campanilla anunciando la visita y Sarelda, amazona del ensueño, galopa en pelo a un brioso Tobías. Rumbo al poniente, sonríe, sacudiendo al viento su cabellera y algo que suena a tristeza. Una lágrima furtiva escapa por su mejilla y, en mágica alquimia renovadora, se convierte en una brillante estela de polvo de hadas. Sarelda y Tobías cruzan el horizonte... lejos se oyen campanillas sonar. Sarelda invita a Tobías a cruzar un lago cristalino y seguir viaje a lo desconocido. Tobías, encantado por la propuesta, galopa veloz rozando el agua helada. Llega la ambulancia al ancianato. Carreras. Paramédicos. RCP fallida. Tobías y Sarelda, carcajeantes, se pierden en la lejanía. Llueve polvo de hadas en la ciudad.

B. Osiris B.

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