Hay tantas cosas que nuestra memoria
olvida y tantas otras que se pegan a ella como sanguijuelas chupándonos la
sangre.
Pero los días de infancia en la casa
de la abuela.
El río acunando nuestros sueños.
Haciéndonos flotar en fantasías aciagas o placenteras.
La música estridente de la cantina de
la estación del tren que ahora canto a gritos como si hubiera nacido y sido
criada allí mismo; abajo del mostrador aquel oloroso a licor y a plata vieja;
sucia.
Los árboles frutales cargados de
mangos, de naranjas, el racimo de banano pintón madurando tras la puerta de la
cocina. El fogón de leña, la carne colgando sobre el fuego para que no se
descompusiera del todo.
El café recién colado, la
conversación fuerte de la abuela, sus enseñanzas sobre honestidad, dignidad,
honradez, etc.
Las risas y carcajadas por todas las
diabluras de los niños de aquel hogar materno.
Tantos recuerdos agolpados, tantos
sentimientos encontrados, tantos buenos momentos vividos, tantos y tantas cosas
compartidas en familia.
Recuerdos de tíos, primos, amigos.
Enseñanzas varias aprendidas a veces
en medio de risas y de lágrimas o de lágrimas y risas.
La vida transcurriendo y enseñándonos
a vivirla.
No hay comentarios:
Publicar un comentario