J.J le llamaban sus amigos. Acababa de perder a su esposa y se sentía muy solo en el mundo. Desde que recordaba había estado acompañado. Salió de la casa paterna a la matrimonial y vivió con su esposa más de treinta años. Había gastado hasta el último centavo tratando de aliviarla de sus enfermedades pero nada había servido y ella finalmente lo había dejado solo.
Sabía que jamás volvería a enamorarse. El dolor de la pérdida era grande y no se sentía preparado para volver a pasar por lo mismo, pero la soledad era otra cosa. Además a su edad se necesita compañía, un poco de cariño y claro alguna solución económica a sus graves problemas financieros.
Aún vivía como siempre lo había hecho pero estaba seguro que ya poco dinero le quedaba para seguir manteniendo su nivel de vida y su tren de gastos. Pensó en encontrar un empleo para complementar la módica pensión que recibía pero a su edad era muy complicado y no deseaba contarle a nadie que tenía problemas económicos.
Las amigas y conocidas no eran exactamente la solución a sus problemas y más bien podría decirse que podrían significar incluso más dificultades.
Una noche caminaba rumiando sus problemas cuando de pronto en un farol vio algo que le llamó poderosamente la atención. Un aviso de una dama solitaria como él. Necesitada de afecto y de compañía, un alma sola que deseaba llenar sus horas con agradable conversación. Era según el aviso una dama un poco mayor pero eso no reportaba ningún problema ya que solo solicitaba compañía.
No se molestó en anotar el número. Arrancó la hoja del farol aquel y la dobló y guardó en su bolsillo. Al cabo de unos minutos ya ni la recordaba. Siguió caminando y regresó a su casa solitaria y oscura.
Se quitó la chaqueta y recordó el papel. Miró la hora y era ya muy tarde por lo que decidió dejarlo para el otro día. Temprano en la mañana, se levantó. Tomó la ducha y un desayuno frugal, y recordó la hoja y pensó en llamar…
Cada vez resultaba más difícil conseguir un hombre que se sintiera atraído por ella. Cuando había iniciado esta actividad era muy joven y los individuos llegaban hasta ella como moscas a la miel. Ella ni siquiera tenía que sonreír. De un tiempo para acá tenía que acudir a conocidos, a "accidentes" en los almacenes o los restaurantes, etc. Lo difícil no era mantenerlos interesados sino hacerlos llegar a ella. Y claro no podía ser cualquiera, es decir, ella tenía establecido el perfil del hombre que buscaba y deseaba. Por lo tanto hacer que se acercara el indicado no era tan sencillo.
Había iniciado su actividad llegando a los treinta y ahora que sobrepasaba los sesenta se sentía un tanto agotada pero no era el momento de parar. Ya que para ella esta actividad se había convertido en una necesidad física.
Acababa de cumplir años y por lo tanto se acababa también de mudar. Llegaba a un pueblo que había seleccionado en un mapa con la punta de un lápiz; era como una lotería y luego era tan divertido rentar un apartamento, amoblado o no y hacer amistades. Pero claro... cada día esto era más difícil y agotador, es que los años no llegan solos. Empezaba a sentirse vieja y pensaba incluso en sentar cabeza. Pero no sabía si podía o deseaba renunciar a su arte.
Se instaló en un edificio de apartamentos frente a un parque, en cuya cercanía había restaurantes, bares, salas de cine y muchos otros sitios para la diversión y el esparcimiento. Pensó en salir a caminar por él y tal vez de esa manera conocer a algún hombre que pudiera acompañarla, un hombre con el cual conversar, con el cual salir a caminar, ir a bailar o al cine. Alguien con quien llenar tantas horas al día.
Se decidió por ir a un restaurante y comer algo. Afortunadamente el dinero no era un problema pues había recibido muy recientemente un seguro y además una herencia nada despreciable. Al entrar en el establecimiento algunos ojos se fijaron en ella. Algunos con curiosidad y otros como al descuido pero no notó el brillo de admiración de otras épocas. Pidió una mesa bien ubicada desde la que pudiera observar sin ser muy observada ella. Se hizo ideas, preguntó nombres a la camarera y pensó detalles de los que se podría valer para acercarse a extraños.
Decidió que lo mejor sería entablar amistad con alguna de las mujeres que allí había y que muy seguramente ella; con el tiempo, podría presentarle a alguien más adecuado. Fue al baño y encontró a una dama como de su edad que se polveaba la nariz con sumo cuidado. La saludó con una inclinación de cabeza que no fue para nada respondida. No supo qué hacer y pintándose los labios apresuradamente se retiró.
Regresó despacio hasta su apartamento cruzando el parque y mirando como al descuido, observo hombres que hablaban pero ninguno la miró más de unos segundos. Se sintió sola y perdida en medio de una multitud. ¡Cómo odiaba que los años pasaran y a su paso fueran dejando tantos estragos!
Pasó un tiempo y estaba cada día más sola. No tenía a nadie con quien hablar y no se atrevía a llamar a sus amigos de antes, temía tener que regresar a la ciudad en la que aun tenía conocidos y tal vez alguien interesado sentimentalmente en ella. Pero… no solo ellos también las autoridades habían hecho algunas preguntas, indagaciones sobre ella.
No, era una locura total pensar siquiera en regresar pero la soledad la estaba volviendo loca. ¿Por qué los hombres no se acercaban ya a ella? ¿Qué era lo que pasaba que cada día se sentía más sola triste y gris? Era insano este sentimiento de dejadez que se iba apoderando cada momento más de ella.
No sabía qué camino tomar y ya desesperaba. Languidecía ella en su apartamento o caminando sola por cualquiera de las calles solitarias o llenas de gentes de esta ciudad implacable.
Tomó un lápiz y una hoja y empezó a escribir... "Soy una señora viuda de 67 años. Me gustaría conocer a un señor, que le guste el dialogo y sea cariñoso. Teléfono 660525082" Después de observar detalladamente este papel se dirigió a la puerta y lo hizo fotocopiar en una papelería cercana. Compró cinta adhesiva y con decisión empezó a pegar su aviso clasificado en los postes y paredes del vecindario.
Llego a su apartamento, preparó café y se decidió a esperar con paciencia el llamado. Por fin sonó el teléfono. La voz era la de un chiquillo y supo que recibiría muchas llamadas de broma, muchas también de chicos u hombres jóvenes que muy seguramente le ofrecerían acompañarla por unos cuantos pesos e incluso mujeres lo harían ofreciéndose como damas de compañía. Nada de esto era lo que ella quería. Ella necesitaba un hombre, mayor, educado, de buena familia pero bastante solo como para necesitar de ella, y además que fuera adinerado. Ella necesitaba un hombre que pensará en salvarla a ella de su soledad y en hacerse mutua compañía. Ella necesitaba un hombre adinerado, pensionado tal vez, solterón o viudo que estuviera pensando en casarse. En fin, ella necesitaba un hombre que no fuera muy importante para nadie y lo suficientemente solo y desesperado como estaba ella en este momento.
Por fin después de muchas horas de espera sucedió lo deseado. Un hombre que se presentó como corazón solitario le pidió conocerla.
Hablaron mucho por teléfono y luego se pusieron una cita en un lugar adecuado para charlar y darse cuenta si eran lo que cada uno buscaba en el otro.
Ella llevaría una rosa roja y un libro, él una margarita blanca en la solapa de su traje negro. Fue solo verse para comprender que cada uno era el ser esperado por el otro. Aun cuando J.J. no tenía en que caerse muerto aparentaba ser un hombre de mundo y muy adinerado y ella era una mujer bella aun y con mucho que dar, e igualmente se notaba la opulencia en ambas personas. Lo que los alentó aun más.
Al cabo de un par de meses decidieron unir sus vidas, ya ella estaba a solo tres meses de su cumpleaños y el tiempo que le quedaba para cumplir con su ritual era poco y J. J. desesperaba ya ahogado en las deudas que su nuevo romance le exigía.
La boda fue bella, solo la pareja acudió al juzgado y solo la pareja se retiró al hotel en el cual pasarían su luna de miel.
Se sentían seguros el uno del otro, sabían que no tenían amigos o familiares que se preocuparan si desaparecían sin dejar huellas y era eso lo que querían también el uno del otro.
El día anterior al cumpleaños de ella decidieron festejarlo con bombos y platillos y se fueron para un hotel en una playa un tanto lejana. Ella tenía preparado el licor que sería lo último que él bebería y él ya había preparado el accidente en el cual ella fallecería heredándole toda su fortuna.
Las cosas salieron a pedir de boca, ella se había caído por la borda de la lancha en la cual habían salido a pasear y él no había logrado rescatarla. Las autoridades afanosamente la buscaban pero J.J se había retirado a descansar de tanta angustia y pesadumbre sufridas en las últimas horas.
Para relajarse mejor y para “celebrar” el triunfo de su acción se bebió de un trago el champaña que ella había destinado para el brindis de su cumpleaños.
¿Qué más cabe decir? A J.J lo encontraron al otro día recostado en la cama y todos supusieron que la pérdida de su amada lo había hecho cometer una locura.
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