En pleno y turbulento siglo XIX nació mi bisabuelo materno, Luis Romero Sainz. Fue militar como su padre y quizás como su abuelo y bisabuelo.
Sabido es que en España desde el tiempo inmemorial al primogénito de la familia se le destinaba desde la cuna al noble y en aquel entonces lucrativo oficio de las armas; se le enseñaba a cortar cabezas a golpe de mandobles y despanzurrar enemigos en el nombre de Dios Todopoderoso y de Santiago Matamoros; se le enseñaba a ser aguerrido, y a despojar al vencido de todos los bienes materiales que de poco le servirían en la otra vida a la que lo había mandado, pero eso sí, en sociedad se portaban como caballeros, cedían paso a las damas, bailaban el rigodón, la polca y el vals con gallardía y lucían sus vistosos uniformes con una exquisita elegancia.
Mi bisabuelo no solo tuvo la dicha de ser el primogénito, sino que fue hijo único. Ignoro si tuvo la oportunidad de segar michas cabezas. Desconozco si obtuvo muchos botines de guerra, pero de lo que si estoy seguro es que fue aguerrido en si vida militar y refinado en su comportamiento en los salones. En ellos conoció a muchas damas a las que se dedicó a conquistar, pero ninguna llegó a ganar su corazón.
Luis vivía en Madrid lo que le permitía tener una activa vida social. Era en aquel entonces teniente de caballería, cuerpo que en ejercito de entonces se consideraba como el más elitista, pero como decía al principio, el siglo XIX español, fue muy turbulento; en la época de mi bisabuelo se alternaban los reyes, las regencias, las repúblicas y sobre todo los gobiernos, a velocidades que el pueblo a duras tenía tiempo de enterarse quién estaba gobernando.
En abierta disputa con la Reina Isabel II hija de Fernando VII, quién abolió la ley Sálica por la cual no podían reinar las mujeres para que pudiese reinar su hija. El hermano de Fernando VII, D. Carlos Luis de Borbón no estando de acuerdo con la derogación de la ley Sálica ya que se consideraba el legítimo heredero de la corona, entró en España procedente de Francia y al mando de un ejército se apoderó de las provincias vascongadas y Navarra y la ciudad que se sublevara Cataluña a su favor, así como parte ce Castellón y Valencia.
En las provincias vascongadas la ciudad de Bilbao, permaneció fiel al gobierno central de la reina Isabel y D. Carlos puso cerco a la plaza. Desde Madrid se enviaron tropas al mando del general Echagüe para liberar a los sitiados y como nobleza obliga, D. Luis se apuntó voluntario para liberar la plaza de Bilbao.
Como teniente de caballería se le asignó la misión de hacer de enlace entre las tropas exteriores y los defensores de la plaza.
Atacaban con virulencia los carlistas, defendían con arrojo los sitiados y acosaban a los sitiadores las tropas isabelinas, pero ni unos ni los otros lograban la victoria y el cerco se alargaba.
Luis una vez a la semana y aprovechando la noche, cruzaba las filas carlistas para llevar mensajes a los sitiados. Montaba en su mejor caballo y a todo galope atravesaba las filas enemigas para introducirse en Bilbao. En varias ocasiones le dispararon pero con mucha suerte siempre había salido ileso hasta que una noche de Febrero fue avistado por un vigía carlista que le dio el alto. D. Luis respondió espoleando su brioso corcel. El vigía disparó. Los disparos alertaron al resto de la tropa y al cabo de unos instantes una auténtica lluvia de balas calló sobre el caballero que se agazapó sobre la grupa y varias balas le atravesaron la capa que flameaba al viento y una de ellas le atravesó el lóbulo de la oreja rozándole la mejilla.
Las fuerzas sitiadas, también alertadas por los disparos trataban de proteger al caballero que tanto arriesgaba por introducirse en Bilbao. Seguía D. Luis galopando y las fuerzas carlistas, viendo que no habían abatido al caballero, empezaron a usar su artillería. Cuando este ya había entrado en Bilbao una granada explotó a escasos metros del jinete. El caballo alcanzado por la metralla rodó por los suelos herido de muerte y el teniente cayó también herido en una pierna. A consecuencia del golpe perdió el conocimiento...
Días más tarde despertó en el Hospital de Sangre y lo primero que vio fue a una bella enfermera que le estaba curando la herida de la pierna. Inmediatamente Luis quedó prendado de ella. Todos los días Filo, que así se llamaba la enfermera, venía a curarle las heridas y cuando acababa su turno de trabajo se sentaba junto a la cama de Luis para hacerle compañía. Entonces fue cuando Luis se enteró de cómo había sido herido y de su caída del caballo.
Resulta que cuando estalló la granada que mató a su caballo y le hirió a él, cayó violentamente sobre el empedrado de la calle dándose un golpe en la cabeza que le dejó sin sentido. Lo recogieron unos vecinos, los padres de Filo, que vivían justo enfrente de donde estalló el obús. D. Maximino Elorriaga, el padre, aunque partidario de los Carlistas, era un buen cristiano y rápidamente fue al Hospital de Sangre para pedir que viniesen a recoger al oficial herido. Con la ambulancia vino la enfermera Filo que desde ese momento se encargó del herido.
Pasaron los días y aquella relación se convirtió en noviazgo. Filo había guardado el trozo de metralla que le habían extraído a Luis de la pierna y se lo entregó a él...
Un año después Luis Romero Sainz y Filomena Elorriaga Ibarreta contrajeron matrimonio en la Basílica de Ntra. Sra. de Begoña, Patrona de Bilbao...
Luis hizo que un joyero fabricara una pequeña bomba con el trozo de metralla y que la engarzara en oro y le pusiera la inscripción “Recuerdo del cerco de Bilbao 1874” y se la regaló a su amada
esposa y esta la llevó colgada al cuello muy cerca de su corazón durante el resto de su vida.
Este colgante pasó a manos de mi abuela y hoy lo conserva mi madre en un ajado estuche de rojo terciopelo.
Ceferino Albacete Viudes
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