Hoy me tomé un café con mi yo de 28 años. Me siento frente a esa mujer niña de ojos tristes. Ella me mira con desgano; no le gusta pensar que esta mujer que soy es ella en el futuro, claro que ella dice no haber pensado jamás en llegar a esta edad. A ninguna, realmente. Sí, pregunta por nuestro hijo, ese bebé con el cual se crio, el que educó a tronchas y mochas, pues ignoraba cómo hacerlo. Dijo, y lo sé, que todo lo que hizo por él lo hizo desde el amor.
Le cuento que tenemos una niña también, que se parece mucho a ella y que tiene, hoy, su misma edad. Le digo que tiene sueños, que es inteligente, hermosa y que lucha con entereza por aquello que desea.
Ella, yo... Ya no me mira con tanto desgano. Le gusta saber que crio bien a sus hijos. Que construyó desde los cimientos un hogar que jamás imaginó, que tiene mascotas a las que ama profundamente, que es una mujer a la que algunos aman y otros aprecian, pero que no es para nada una sombra.
Le cuento que disfrutamos mucho escribir y que tenemos infinidad de cosas para contar; unas reales, y otras, muchas, inventadas por esa mente activa que la, que nos domina. Ese mundo interior en el que hemos vivido.
Le muestro fotografías que he ido atesorando con el tiempo, se asombra con algunas, sonríe con otras y suspira apretando sus manos con otras más.
Ya no me mira con desgano: al parecer, la Patricia que somos le gusta un poco más. Se admira de los niños, se sorprende con los gatos y el perro, se asombra con el jardín. Sonríe abiertamente.
Ya, al final de la tarde, me abraza apretadamente mirándome a los ojos. Yo no quiero dejarla ir, pero ella ya fue; me habita.
Parece que se va... Pero se queda.
Nos amo infinitamente.
Yo... Las Patricias que fui y la que momentáneamente soy ahora.
Patricia Lara Pachón
No hay comentarios:
Publicar un comentario