domingo, 6 de abril de 2025

El espejo

El espejo


Entré a esa casa por invitación de su dueña. Una ancianita sonriente, de bucles en su cabello dorado, quizá usaba algun tinte, ojos vivarachos que se asomaban por los vidrios claros de unas gafas muy antiguas y costosas.  Labios rojos, curiosamente rojos ¿Que labial usaría la dama? Algún último destello de vanidad, Cejas abundantes y bien peinadas, entre canas ellas. Nariz respingada y acaso ¿coqueta?  Me senté en el sillón que ella señaló con un gesto leve del mentón y el dedo índice de su mano derecha. Lucía joyas asombrosas, brillantes todas, con diseños hermosos y pedrería que a simple vista se veía muy fina y antigua.
Dirigí la mirada con disimulo a varios objetos del salón. Todo pulcro, reluciente, hermoso.
De nuevo miré a la anciana que se había acomodado a mi lado. Me ofreció té. Una linda tetera de porcelana a juego con las tazas, platos y cucharas había aparecido ahí de pronto. A lo mejor ya estaba y yo no la había notado antes.
Tomé de entre sus dedos largos el platito y la taza y sorbí despacio esa bebida hirviente, dulce, con un aroma indescriptible. La anciana señora me miraba fijamente. Era como si respirara de mi boca el aire que yo exhalaba. 
Se puso de pie casi de un salto al ver que yo había terminado la exquisita bebida. Se dirigió a una esquina de la habitación y se irguió frente a un espejo que tampoco yo había percibido.  Haciéndome un gesto me invitó a seguirla. Lo hice sintiéndome muy pesada, cansada. Apenas si lograba mantenerme consiente. Me paré a su lado y me observé al espejo. Nos observé con curiosidad primero y con horror después.  Me iba diluyendo en la anciana. Mientras yo desaparecía en un polvo sutil. Ella se rejuvenecía. Ahora era, una altiva mujer, que apreciaba su belleza, lozanía y juventud ante el espejo.

Patricia Lara Pachón 


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