miércoles, 29 de abril de 2020

Dias pasados

En días pasados, por el malestar que tenía, tuve que ir a un CDI para ser atendida. Allí vi algo que inspiró este cuento, nada dulce, más bien crudo y realista: 
*Charito*
Llegó temprano a muchas cosas en la vida, menos a la auto consciencia. A los catorce se fue de casa con el novio de su mejor amiga. 

Poco antes de los quince, con el muchachito en brazos, ya atendía una variopinta clientela en su cuartucho del primer piso del bar "La Dolorosa"; de seis a seis, noche corrida, porque el día lo usaba para sus labores maternas (si es que sacudir a Matiu Daniel hasta que se duerma puede llamarse así) y para retocar sus atributos que le granjearían  enemistades entre sus colegas y atracción entre los consumidores de sus "productos cárnicos", como ella solía describir su rama de especialización. 

Poco antes de los diecisiete, sumaba igual cantidad de ingresos a hospitales públicos y de detenciones: los primeros para "limpiezas varias", como suele referirse a una mezcla heterogénea de legrados e infecciones de transmisión sexual, y  por "ordenar la alteración pública, posesión de estupefacientes "y otras yerbas", de los que -según su propia narrativa- ha salido airosa porque ella negocea con sus productos cárnicos con los dueños del circo, no con los payasos.

Hoy, a sus casi dieciocho, no quiere perder la racha; ya el niño camina, habla, se despierta a media noche y hasta interrumpe su trabajo para pedir comida, (¡como si las vainas caen del cielo!, !como si no fuera suficiente tener que ganarse unos dólares extra para hacerse las uñas -que, de paso, esta semana la Chiqui le subió el sistema a veinticinco dólares, ¡la perra esa!-, como para también ocuparse de darle comida!) y esto ya se sale de las manos. 

Sentada bajo el toldo que, a modo sala de espera, habilitaron en el estacionamiento del hospital municipal, ataviada con un tapabocas que no protege su nariz porque la sofoca, espera turno para ser atendida, mientras finge no percatarse que Matiu Daniel juega por todo el lugar, mientras pide comida o cualquier cosa a los pacientes que esperan para el despistaje del virus. 

Una niña de unos seis años que se encuentra con su madre, también en espera de su turno, le pregunta por qué el niñito de las chancletas azules que está subiendo por el muro no tiene que usar tapabocas y ella sí. La madre, un poco cansada del trasnocho de la noche anterior, hace acopio de su paciencia y vuelve a explicarle, con juegos y chanzas la importancia de la protección.  En su afán de que su hija entienda que debe protegerse, ignora la alusión al otro niño, que ya se encuentra  caminando por el borde del muro de casi dos metros que bordea el hospital, tratando de alcanzar unos mangos cuyo tono verdirrojo son toda una tentación.
Charito, aparentemente angustiada, se voltea hacia una de las personas que se hallan en espera de atención y le pregunta si sabe cuánto riesgo implica estar allí, por lo de la pandemia, dice.  Recibe por respuesta una mirada esquiva, reproche gestual que se corta por el grito de otra paciente: "¡Dios mío, se cayó el niño!

Augusta del Rosario de Los Ángeles Cardón, Charito, como la conocen en el barrio, finge no haber escuchado nada y camina, simulando atender una llamada, en sentido contrario al lugar donde la gente se arremolina con cierta precaución hacia donde yace Matiu Daniel , quién acaba de caer del muro en el que la Charito le dio permiso de saltar solo un poquito.  La gente tiene sentimientos encontrados nadie toca al niño que yace al pie del muro perimetral, sin protección alguna, con el cuello torcido y como desencajado de su sitio, unos por temor a causarle más daño, otros por temor a que les cause daño... Se oyen gritos: "¡No lo muevan!... ¿De quién es ese niño?"...  "Ese niño saltando de aquí para allá, tocando todo y sin tapabocas, ¡qué peligro!"... Aumentan los gritos clamando para que salga un médico: ¡Doctor... camillero!... ¡Ayuda..  aquí!  Del recinto hospitalario salen rápidamente dos médicos y comienzan a maniobrar para sacar una de las piernas del niño del enrejado. Matiu Daniel abre levemente los ojos y balbucea "Chayito"... La doctora que le atiende trata de tranquilizarlo, le dice que todo va a estar bien... De entre los mirones con gritos y un llanto que solo ella sabe cuánta falsedad oculta, una mujer irrumpe gritando "¡Dijo Charito, soy yo, hijo!  El otro médico la aparta, pidiéndole espacio para trabajar y atender al niño. 

Pasan unos minutos, eternos para la mayoría de los presentes, muy cortos para el fuero interno de Charito y ya llevan a Matiu Daniel en una camilla. Los médicos entran al área de cirugía escoltando la camilla, a Charito le piden que suministre los datos para el ingreso. Charito los sigue con la mirada; en fracciones de segundos recuerda el zika, del que se salvó su embarazo y llegó a término; las veces que dejó a Matiu Daniel solo en la cuna y no se ahogó porque una de las vecinas "más metidas que una gaveta" llegó a tiempo y todos los muchos _momentos compartidos_ con Matiu Daniel... La enfermera pregunta los datos del niño. Ella responde como autómata. Luego, caminando por el pasillo, repasa el plan que tenía en mente al salir de su casa en la mañana que, ha sufrido variaciones, ¡pero si algo ha aprendido ella en esta vida es a adaptarse al cambio! Apresura el paso por el largo pasillo, se detiene unos segundos frente al extintor de incendios para retocar su rímel y se le escapa, en un susurro, una oración: ¡Dios mío, que esta vez todo sí me salga bien!... retoma su andar apresurado y vuelve a estallar en gritos frente a la puerta del servicio donde ahora  Matiu Daniel, el hijo que nunca quiso, se debate entre la vida y la muerte.

B. Osiris B

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