Fue a visitar a un paciente. Y ahora su alma condenada pena en los largos corredores de aquel hospital.
La mayoría de las veces las personas pasan sin verla. A veces brillos de reconocimiento en los ojos la hacen intuir que es vista. Otros, incluso la saludan y hasta le sonríen.
Algún día quizá se entere que murió aquel día.
Por lo pronto; camina pausada. O se sienta en una de las tantas sillas a sorber un café interminable.
Patricia Lara P
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