Y
recordé de pronto que no habías besado la palma de mis manos, ni mi espalda, ni
el sitio justo aquel, en que se encuentran el cabello y el cuello. No desgajaste
besos atrás de mi rodilla, ni dejaste un reguero de besos en mi panza. Entonces me di cuenta que tampoco; besaste mi alma.
Patricia Lara P.
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