jueves, 28 de enero de 2010

Se murió el perro.


Es diciembre, se ha reunido toda la familia de mi esposo en nuestra casa y hay gente por todos lados. Conversaciones, juegos, risas. El alboroto es total y estoy cansada. Para mi es necesario el silencio, la soledad. Lógicamente esto no es de todos los días ni de todos los años pero necesito retirarme a mi cuarto, estar a solas, dormir.
Me pongo mi bata de noche, me cepillo los dientes, suelto mi cabello y me meto a la cama con un gran suspiro. Todos saben que soy madrugadora a dormir y no se extrañan.
Me acompaña Rex, mi perrito. El es ciego y es un consentido total, así que lo dejo acostarse a mi lado. Nos dormimos rápidamente. Escucho algo y me despierto, miro para los lados y el televisor está encendido, escucho las conversaciones de la familia. Hecho un vistazo al reloj y es temprano aún; algo así como las 11 de la noche. Miro a mi lado y veo el perrito muy tieso, las patas estiradas y no respira. Lo llamo mientras con una mano lo muevo un poco. Nada. Rex casi chillo y nada. Me levanto de la cama corriendo, llego al estudio y ahí esta mi hijo chateando. Al verme despeinada, desencajada y muy asustada me pregunta que pasa y le digo que se murió el perro. El no me ha escuchado bien así que casi gritando le repito que se murió Rex. Una lágrima brota inmediatamente de sus ojos y se dirige corriendo a mi cuarto. Pregunta: ¿Donde está? y le digo que ahí en la cama. Lo busca desesperado, remueve las cobijas y vuelve a mirarme. Al hacerlo ve a Rex a mi lado, mirando sin ver pero batiendo su colita.
Uffffff, que descanso... El perrito sencillamente duerme tan profundamente a mi lado que solo se despertó al notar que yo me levantaba.
Estallamos en carcajadas mientras imaginábamos a la familia en pleno yendo a enterrar el bichito, hermosa procesión tendría.

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